Disculpa la demora, hace días
estuve pensando que escribir mientras borraba todo lo demás. Borrar lo demás
nunca ha sido un buen camino, la mayoría de veces he terminado recordándote más
de lo habitual. Lo habitual sería en el mejor de los casos soñarte, soñarte
andando feliz como acostumbras ser ahora, como estoy seguro volverás a ser
pronto o como deberías ya estar siéndolo. Siendo extremadamente sincero, te he
soñado más veces verte llegar, que en estos días se volvió en uno de mis sueños
recurrentes. En alguna parte de algún mundo paralelo tú y yo aún somos felices,
y este día deberíamos estar celebrándolo en alguna banca de algún parque con
una caja de cupcakes personalizados y con un plan de pasar la noche lejos de
los lugares comunes. En algún mundo paralelo donde no existe ninguna de las
cosas que nos hicieron retroceder, deberías estar llegando con esos besos
pacaditos que casi siempre derretían el hielo y la cólera y la rabia de tener
que dudar o tener que reclamarte siempre. En ese mundo paralelo yo no escribo
esto, ni tú despiertas con otros ojos frente a ti.
Hoy, después de cerrar algunos
proyectos que me hubiese gustado contarte al más mínimo detalle salí de la oficina
y cogí un taxi, sin la habitual ceremonia de reconocimiento facial y sin si
quiera ver si en su parabrisas había signos de alguna figurita de la virgen de
las Mercedes o la virgen de Guadalupe. Solo lo abordé y le pedí que entre a
calles llenas de tráfico. Todavía hay lugares que te recuerdan, todavía existen
personas que te recuerdan y a las que tengo que decirles que estas bien, y eres
feliz como siempre lo quisiste. Todavía hay partes de mi cuerpo que te extrañan
aunque les cueste aceptarlo. Eres un recuerdo recurrente cuando salgo camino a
la estación y más aún cuando reviso, día a día, algunas cosas que no me atrevo
a borrar.
Hace poco me invitaron a
celebrar algo que no existe, yo les di un motivo: “este sábado cumplo cinco años
con mi ex”, instaladores lentos, les tomó cinco segundos entender el chiste, a mí
me tomó diez minutos recuperarme de la nostalgia. Respiré esperando que estés
bien y sospecho que lo estás, sin saber de mí, sin pensar en mí. La
tranquilidad es un privilegio que me encargué de extinguirte y lamento pensar
que tarde lo entendí.
Tengo la ligera sospecha de
que algún día volveré a verte. “los asesinos siempre vuelven a la escena de su
crimen”, dicen. Ayer, mientras caminaba pensando que escribirte, puse en los
audífonos la canción “Drive” de The Cars, y no pude evitar volver a todo: A las
noches en las que apagaba las luces, me colocaba una almohada y te imaginaba en
un parque cerca a tu casa, de noche, abrazando a tu hijo mientras llorabas
porque nadie te entendía, nadie te daba el apoyo. Te sentía muy triste y de la
impotencia escondía el orgullo en el lugar más lejano de esa oscuridad y te
buscaba de nuevo, cinco años después, a
veces, quisiera volver a hacer todo esto, volver a enloquecer para tomarte de la mano e ir a merodear el universo.
Me equivoqué como se equivocan
los que siempre buscan ser perfectos, y aún hoy, después de todas las veces que
me pediste que te deje mientras yo entendía que querías que me quede, después
de abrazar otros cuerpos, besar otros labios y desvestirme en diferentes camas,
aún después de mentir tanto para ocultar que tu ausencia no me pesa, me tomo el
atrevimiento de escribirte porque sé que leerás esto, Beatriz. Serás feliz, muy feliz sin mí.
Esta confesión temporal será
el regalo que te ofrezco por esos cinco años que nunca sucedieron, y ojalá sirvan para calmar un poco las heridas que jamás podré borrar.
Buena suerte.
Nicolás.