miércoles, 21 de marzo de 2018

El arte del silencio



Él era alto, de tez clara, nariz fina y ojos muy celestes. Distraído con las cosas que lee u observa, vanidoso con las cosas que lleva siempre encima. Ella es muy delgada, de piel canela, cabello castaño y de sonrisa dulce.

La última vez que se vieron era más o menos hace ocho o nueve meses, un día de lluvia cuando se despidieron sin siquiera darse un beso. Llovía en la calle, en la ciudad. En el balcón desde donde antes se habían mirado con algo de furia. Llovía en las mejillas y el corazón de ella.

Él despertó temprano, eran varios meses ya. De todas formas, cuando se lastima un corazón que te aprecia siempre se podrá encontrar en él un camino hacia la reconciliación.

-          Sabes que, si vuelves mañana, pasado, la próxima semana, es una decisión que ya tomé. Suelo ser drástico en ese sentido.
-          Quiero que al menos lo pienses, no puedes mandar todo al diablo así de fácil y sin remordimiento.
-          ¿qué quieres después de todo? Me hiciste una pregunta, y te di la respuesta. Y mañana si lo vuelves a preguntar te diré nuevamente lo mismo. Ven las veces que quieras, mi decisión no cambiará.
-          Ya no me amas, verdad.
-          Lograste que pueda estar más tranquilo sin ti, que contigo.
-          Sólo di que no me amas, y me iré. Aunque sabes que el amor que te tengo se quedará colgado de tus ventanas, de tu edredón, de tu sofá, se impregnará como una sombra de la que querrás deshacerte, pero a la cuál extrañarás alguna vez.
-          Ya sabes mi respuesta.

Tantos meses desde aquella vez en que, a tres calles de la estación, aún con el estruendo de la noche y de los amores que se amaban en todas las habitaciones adyacentes, un corazón se rompía en llanto y en miles de pedazos que caían en cada paso y en cada lágrima que derramaban los ojos de ella. Una caminata interminable llena de dolor y de vergüenza por perder lo que ella creyó le pertenecía en cuerpo y alma para siempre.


A veces para siempre solo dura un poco tiempo.

Unas semanas antes, él la encontró camino a la escuela de música. Su proyecto paralelo de amor había fracasado. Y escondía detrás de sus audífonos siempre la rabia y la soledad de un fracaso anunciado. Ella estaba sentada en el parque, leyendo un viejo libro de cuentos de terror. Él iba con una chalina sobre el cuello y un abrigo color azul. Sabía perfectamente que era el color preferido de ella, sabía que le emocionaban las historias de terror, aunque en los cines prefería cerrar los ojos. Sabía también que frente a ese banco estaba aquella dulcería donde preparaban aquel café pasado con bizcochuelos de canela que tanto compartían.

-          ¿Hola?  
-          ¿Qué tal, que milagro? ¿tú, de azul?
-          ¿Te gusta?
-          Sabes que me encanta el color.
-          ¿Qué haces aquí?
-          Leo mientras espero a alguien, no debe tardar en llegar.
-          Oh, lo siento, no quería interrumpir, mejor te dejo, no quiero causar molestias.
-          No, tonto. Espero a mi hermana. Está por llegar. ¿Cómo te ha ido? Me dijeron que eres feliz.
-          Siempre estoy feliz, me va bien en mis proyectos, con mi banda. Tengo un auto nuevo.
-          Sabes a lo que me refiero, ¿verdad?
-          Bueno, no te han contado, te contaré.

Fue entonces que empezó una conversación que no acabó nunca. La hermana de ella nunca llegó. Lo que si llegaron fueron las tazas de café y los bizcochuelos, las horas de conversación y de risas que hicieron que todos esos meses lejos desaparezcan poco a poco. Él la había mirado como aquella primera vez en la puerta del cine, cuando ella salía algo perdida. Cuando se acercó a preguntarle una dirección y él con amabilidad y algo de conveniencia la acompañó hasta su destino.

“El amor jamás muere, solo cambia de lugar” le había dicho alguna vez, como excusándose por si alguien se enteraba de su amante. Aquella guitarrista rítmica de una banda de Jazz. Consuelo que le duró tan poco y que le hizo perder mucho. Quizás entonces, creyó que efectivamente, el amor dio una vuelta como un boomerang y volvió hacia él, de nuevo con el rostro de ella, de nuevo con la sonrisa de ella, de nuevo con la alegría y plenitud que le transmitía.

Sucedieron más citas, ya sin excusas. Más recuerdos compartidos, un beso robado y unas nalgadas impropias delante de la gente. Le había tomado de la mano cuando ella le pidió pensar lo que estaba haciendo.

-          Tomaste una decisión, y como consecuencia de ello yo tomé muchísimas más. Te he permitido llegar hasta donde estás porque lo he permitido, pero no te confundas. El amor que te tuve se quedó con la sombra y la lluvia de aquella vez.
-          Espérame un poco más.
-          No espero nada de ti, y lo sabes. Es hora de irme.
-          ¿Puedo verte el sábado?
-          Si claro.

Era sábado, muy temprano. Él se había levantado con algo de prisa, escogió entonces la camisa azul que alguna vez vió con ella en una tienda y que jamás compró. Escogió aquel parque donde la encontró, a donde habían vuelto tantas veces. Un día antes había pasado por el mall, una compra algo apresurada, unas letras leídas. Miles de cosas remolinaban en su mente, pero él solo quería verla, sabía que la iba a sorprender.

Dieron las cinco de la tarde, llegó puntual. Perfumado y bien peinado. Después de arrancarle un beso y de mirarla con todo el amor que jamás antes sintió por ella, la abrazó, la abrazó fuerte y sin decir palabra alguna, la miró fijamente y dentro de sus pupilas se pudieron expresar todas esas emociones que ella esperaba desde hace tanto tiempo.

-          Quiero preguntarte algo.
-          ¿dime?
-          Alguna vez te dije que he sido un estúpido toda mi vida. Que siempre he tomado las decisiones más absurdas en mi vida y qué, aún sabiendo que me equivocaba, terco siempre proseguía.
-          Lo sé.
-          También te dije que, si un día decidía ser feliz, esté donde esté te buscaría.
-          No sigas, si lo recuerdo.
-          Y te dije también, que estés con quien estés o sin nadie…
-          No sigas, por favor.
-          Te pediría…
-          No lo digas.
-          Si te dijera que quiero…
-          No, mi respuesta es no.
-          ¿qué?
-          No regresaré contigo, lo siento. Ha pasado el tiempo, y créeme. Cada día que pasó lloré por ti como jamás había llorado por nadie. Esperé cada noche que me llamaras a decirme que eras ese estúpido que tomaba decisiones estúpidas. Cada noche marqué en mi agenda los días en los que amanecía y dormía pensando en ti. Cada maldita noche me sentaba en este parque a esperar a que llegues con cualquier cosa y preguntes por mí, que me abraces y me invites un café, y eso jamás sucedió. Y cuando me di cuenta que tenía que perderte, arrancarte de mi corazón para poder avanzar fue cuando tomé la decisión de simplemente quererte menos cada día. Tenías mi corazón como un reloj de arena que dejó de esperarte, existía alguien muriendo por ti y ahora tienes frente a ti un ataúd que no puedes abrir. ¿pensaste que después de entregarle a otra persona lo que me juraste, yo regresaría agradeciéndote la nueva oportunidad que me das? No es así, no soy así. No te creo, es más, sé que lo que me propones ahora será el motivo de un futuro arrepentimiento y el amor que sentí por ti sólo puedes matarlo una vez. Ese amor murió, se quedó, colgado en tu balcón, impregnado en tu closet donde seguramente ya no están las faldas que me olvidé. Lo siento, pidas lo que pidas, digas lo que digas, mi respuesta es no. ¿te amo?: no, ¿te extraño?: no, ¿quiero regresar contigo?: NO.

El silencio es a veces el placer menos doloroso. Había mucho ruido. Era una calle ancha, la gente volteaba a ver como un hombre perfumado agachaba la cabeza ocultando las lágrimas que derramaba al oír las palabras de una mujer que acababa de irse.

Había tanta soledad en cada paso que daba. El arrepentimiento le rebotaba cada segundo con los latidos de su cuerpo. Las vueltas de la vida eran mejores con ella, lo había entendido muy tarde, muy tarde. No sabía si precisamente cuando ella se fue, o cuando al llegar a su balcón sacó de su bolsillo un anillo que jamás colocará sobre sus dedos.