lunes, 11 de septiembre de 2017

Treinta segundos


Hay un parque; oscuro, frío. En sus dos entradas dos personas, caminando hacia atrás. Los coches yendo hacia atrás, la gente, caminando en círculos, todo, incluso el reloj sigue hacia atrás. Las hojas vuelven hacia los árboles, la lluvia asciende. Cada vez existen menos pasos entre las dos primeras personas. Las lágrimas vuelven a los ojos. La irá decrece, los puños empiezan a abrirse y el corazón desacelera.

Han pasado dos minutos, y están frente a frente. La punzada en el corazón de ella aún no se siente. Las palabras de él pidiéndole que se vaya todavía no se piensan. El frío crece con el retroceder del tiempo al mismo ritmo de la decepción.

Pausa.

El mundo se detiene. Las hojas, la lluvia, los autos. Su voz. Treinta segundos donde él puede mirarla por última vez. Con las manos pálidas solo alcanza a acomodarle el cabello sobre sus orejas, disfruta del aroma de su cuerpo por última vez. Al mismo tiempo, seca una lágrima que caía por las mejillas de ella. No la quiere alejar una vez más. Piensa en todas las noches donde le juró ese amor eterno que empieza a terminar, acomoda las mangas de su abrigo al mismo tiempo que deja caer un sobre de sus manos. Luego, la toma y crea un puño tan fuerte que espera jamás poder separarlo. Veinticinco, veintiséis. Ya casi es el momento, las gotas empiezan caer de a pocos. Veintisiete, veintiocho. Los autos avanzan poco a poco, el viento los cubre nuevamente con paciencia y frío. Veintinueve, treinta.


-          Te he visto más noches que días, te he sentido respirar más que sonreír, he disimulado tan bien todo esto, que me pesa decir que fue falso. Inventé la peor excusa y alimenté tu esperanza, no fui lo suficientemente capaz de decirte la verdad, y hoy soy tan cobarde y solo puedo decir que lo siento. Mi intención nunca fue dejarte sola, pero existe más egoísmo en estas palabras que en el sentir de mis emociones. ¿recuerdas la vez en la que te pedí que te quedaras?, me arrepiento. Me arrepiento haberte tomado de la mano y haberte dicho que te amaba. Me arrepiento haberte dicho más de cien veces al día que estaríamos juntos por el resto de nuestras vidas. Mentí, mentí porque es hora de irme y no vendrás conmigo. ¿cuál es el precio por mentir de esta forma? Es algo que quizás no termine de pagar aun cuando cierre los ojos y respire por última vez. 

-          ¿Por qué me haces esto?

-          Porqué lo necesitas. Porque no puedo seguir a tu lado, porque existe alguien que debe quererte y cumplir todas esas cosas que yo te prometí, alguien capaz de casarse contigo al costado del mar, alguien capaz de llenarte de hijos a los que vas a nombrar como tú o como él. Alguien que pueda cumplir los sueños que promete mientras te hace el amor.

-          Ese eres tú.

-        No soy yo. Tengo frío, es tarde y estamos lejos de casa. Por favor, despídete y has que esto no sea largo ni doloroso para ti.

-          ¿y para ti no lo es?

-          No es lo más doloroso que he sentido. Lo siento.

-          ¿quién es? ¿por quién me dejas?

-          La conoces, la has visto de cerca un par de veces. Sin embargo, no te diré con exactitud como es. Solo puedo decirte que volverá algún día. Por ahora es el mejor camino que debo tomar. Ir tras de ella buscando algo nuevo, algo por donde no quiero que vayas jamás. ¿crees en mí? Entonces por favor, da la vuelta, no pidas explicaciones, no más detalles. Disimulé todo este tiempo, fingí al decir que no me marcharía, me estoy yendo y no cambiaré de opinión. Lo siento.

-          Eres un imbécil, eres lo peor de este mundo, trágate tus disculpas y no vuelvas más.

-          Lo siento.


Hay un parque, oscuro y frío, dos personas acaban de despedirse entre lágrimas y gritos. Él se dirige hacia un lugar vacío. Había preparado todo antes de encontrarla. Ella toma un taxi, y se acomoda en el asiento trasero. Mira hacia el olvido donde nadie sabrá que llora. Él se acomoda una corbata extraña. Ella lo recuerda, incapaz de estar incómodo, incapaz de ser infeliz, incapaz de querer sufrir. Él sube un escalón extraño en la oscuridad. Ella desea detener el taxi, descubre el sobre en su abrigo. Él está en el último escalón, en la habitación vacía donde había planeado su encuentro clandestino. Ella detiene el taxi, y se baja con el alma apresurada. Él, en medio de la noche y de un sonido ahogado, con un gato hambriento de testigo se ha ido, y con él su egoísmo, y con él su aliento, y con él un tirón al vacío junto a la enfermedad terminal que lo había condenado un mes atrás y que ella, en el sobre, había descubierto.