viernes, 7 de julio de 2017

Temo / PSTMC


Bar D’Grot
Voy caminando por la avenida Arequipa, tan larga y desordenada. Llueve, y mientras cuelgo el teléfono a S., mientras recojo una moneda de la vereda y me anticipo a pararme gallardamente en un paradero informal, observo de reojo esas luces que jamás se apagan por las noches en el cruce con Risso. La avenida donde empezó todo eso que no es ni será capaz de irse.

Son cerca de las once de la noche, y releo su último mensaje: <<Nicolás, ha pasado tanto tiempo y no he sido capaz de irme, estaré cuando caigas y cuando te levantes, cuando te tenga que decir tus verdades y cuando tengas que hacerme el amor. Estaré aunque no quieras y cuando más lo quieras, porque para eso estamos tan juntos así de separados. TAW. Beatriz.>>

-*-

Yo ni cagando le daría a Marsella, me dice Daniel, no me gusta, agrega. Yo respondo un poco avergonzado:
-          A mí sí, pero no del modo en que imaginas. Es más un gusto nostálgico.
-          ¿Cómo así?
-          Las veces en que llega, toda desenfrenada con esa blusa morada a cuadros con cinturón. Me gusta, no por ser ella; me gusta porque me recuerda a alguien.
-          ¿Cómo chucha puede gustarte más una blusa, huevón?
-          Desde hace tiempo, esa blusa morada en forma de recuerdo es lo más cercano que tengo de ella ahora.
-          ¿y quién es ella?
-          Ella.

Media vuelta, la plaza San Martín es tan linda y retrógrada a veces. Es como una esquina del barrio más común donde debes encontrar su jardín bien cuidado que huele a pichi. Sus pastrulos jalando sin que nadie se dé cuenta, su puta asolapada ofreciendo sus bondades. Sus viejos trogloditas tratando de convencerte en creer en un Dios que dicen es poderoso pero jamás han visto, ni a sus poderes omnipotentes. Y su gente anormal (como yo), que se atrae por todo eso.

Prendo un cigarro y paso escuetamente por la puerta del D’Grot, el lugar donde la conocí sin querer y sin que se dé cuenta.  A donde volví para convencerme de que jamás debías fumar, donde realicé alguna actividad pro-operación con tus amigos que siempre me llegaron al huevo. Justo ahí, donde te pedí la mano sin mirarte a los ojos, donde retrate el amor eterno en algo redondo como mi barriga, a donde volví después de perderte a esconderme en una esquina imaginándote entrar con tus anteojos y tu blusa a cuadros de cinturón. Es una buena manera de taladrarse los sesos al compás de Río, balada bolera de un amigo que ya no es mi amigo.

-*-

El poeta de la calle
Pasando el agobio del Jirón, la aburrida y corrupta Plaza Mayor dirigiéndome a la casa de Literatura, quizá el lugar más mágico de la pobre y claxoneada Lima; me entretengo un momento esperando a S.; mientras, ojeo un libro de cuentos peruanos de los años setenta. No me logro concentrar. Me prohibieron el café pero aquí voy con dos tazas y mi galleta de soda. Cierro el libro y reviso el celular. Por alguna maldita razón nuevamente te veo descender los escalones de la casa de la Literatura que tan bien adornadas están con un poema de Blanca Varela. La poesía es hermosa y tú, detrás de todo eso que extraño, también lo eras. Dejé de recordar todo lo que te escribí a modo de obsesivo robótico programado para delirar. Retiré la mirada de la escalera al celular.

Acaso nos veremos un día, casualmente,
al cruzar una calle, y nos saludaremos.
Yo pensaré, quizá: "Qué linda es, todavía".
Tú quizá pensarás: "Se está poniendo viejo".

Tú irás sola, o con otro. Yo iré solo o con otra.
O tú irás con un hijo que debiera ser nuestro.
Elegía para ti y para mí – José A. Buesa

Fue entonces que sucedió. Al salir de aquel lugar, pude verte entre la gente. Puesta frente a mí como un maniquí con sentimientos. No era necesario acercarme a ti, tú olor a felicidad y paracetamol se sentían incluso con los ojos. Me miraste fijamente, y te miré sin descaro. Hubo tiempo de quedarnos a distancia y observarnos, desvestirnos, ignorarnos y hasta de reírnos. Corrí a abrazarte del modo que se abraza aquello que se extraña y no se tiene. Y me abrazaste como se abraza aquello que se ama pero no se merece. Y sentiste mi ansiedad a través de mi mirada, y sentí tus dos corazones a través de tu panza y de tus labios. Te tomé de las manos con la inocencia de un niño de trece años que se avergüenza de ser feliz, y caminamos por la noche. Esa tranquilidad ahora te pertenecía, esa soledad que había dibujado bajo la lluvia ahora te pertenecía. Ese vacío acorralado en mis días fríos ahora te pertenecía. Era Beatriz en mis mejillas, era Beatriz escuchando mis poemas, era Beatriz colocando el doblez de sus muñecas bajo sus mejillas al escucharme cantar. Era entonces Beatriz abrazándome mientras respira, merodeando el universo sin zapatos y al borde del mar, era Beatriz corriendo con su sonrisa y sus nalgas grandes, era Beatriz con sus pucheros, era Beatriz con sus peluches de perro y pingüino, con sus anteojos de flores, con su camisa a cuadros, con sus errores, con todo.

-          ¡Oye, tonto!, ¿Quién es Beatriz? ¡Yo no me llamo así, despierta!
-          Lo lamento.
-          Eres un imbécil.

Y mientras se vestía y se iba, cogí el lapicero y mi cuaderno de la universidad, y antes de dormir nuevamente, escribí TEMO. Sé que a pesar de que no puedas verlo, lo entenderás.