Es a veces necesario conocer el final de todo el camino para poder
darse cuenta que nunca fue el correcto – pensó Camilo.
Es cierto. Es hora de guardar
todos los recuerdos, de mirar hacia adelante porque el tiempo lo requiere. Es
hora de pensar que tal vez era bueno recibir lo peor para intentar descubrir
algo mejor.
Salgo a la avenida, llueve.
Llueve y sin embargo no hace frío. Cuando una mente se entrelaza en
pensamientos ni siquiera existen horas o cansancio, solo se camina por inercia,
como si dar más pasos aliviara un poco todo el rencor. Me gusta caminar, es uno
de los placeres más recurrentes que encuentro siempre desde la oficina hasta la
Avenida Benavides.
Quizás algún día consiga algo
de solo caminar, tal vez un record que a nadie le importa, o me encuentre algo
de valor que no me sirva. Trofeos inútiles para alguien que requiere de inutilidades
existenciales solo para sonreír.
“… no te preocupes por mí, soy como los gatos y caigo de pie”. Pero
te preocupaste, a buena hora. A mal día.
Reconozco los mensajes cuando
vienen desde lejos pero jamás pude reconocer nunca los tuyos adecuándose a cada
situación. Te fuiste (o te deje ir, da igual) dejándome siempre una marca sobre
la piel y regresaste siempre recordándome esas huellas. Me conoces más que a
nadie, me descubres mejor que nadie. Caminaste conmigo siempre por esos lugares
donde no me atreví a ir y que ahora disfruto. Se puede decir en buen término,
que esta ciudad tan horrible está llena solo de tus buenos recuerdos. Del bar
donde te conocí, de la avenida donde me enamoré. El hospital donde sufrimos
para después reír y el castillo con una sola ventana dónde por única vez
demostraste ser la princesa del cuento que siempre me rehusé a escribir.
Volviste, como vuelven las cosas
que nunca se alejan. Pero yo no pude, no puedo, no podré. Porque lo mío es
quizás demasiado más fuerte de lo que tu traes y no es soportable. Nunca a la
mitad, nunca con terceros. En poco tiempo te convertiste en lo que quiero pero
que no es para mí. Maldita sea. Malditos meses, malditas dudas, malditos otros.
Sigo caminando porque aunque
quisiera no puedo parar, el corazón y la voluntad no me lo permiten. Veinte
pasos hacia adelante y por más que quisiera no puedo alejar el recuerdo de tu
nombre de mi mente. Eres esa amor trascendental que llega una sola vez a tu vida para decirte hasta cuanto podrás amar.
Voy a ponerlo de este modo. Tu
vida es mía, pero ya no me pertenece, en cambio la mía siempre te perteneció, a
pesar de mis huidas. En este preciso momento yo podría dejar las cosas que me
siguen solo por seguirte a ti, pero es algo que todo el amor que me das con tus
besos no serán capaces de hacer por alguien como yo.
Es momento, amor, de intentar dejarte
ir.
Mi próxima vida te la regalo, pero esta no es para ti.
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Y de pronto, mujer,
dejaste que entren demonios a
casa,
dejaste que el tiempo se ría
de mi.
Y de pronto, pues,
dejaste que el viento decida
tus sueños
le diste al infierno las
puertas de abril.
Y de pronto, alguna vez
dejaste libres recuerdos
concretos
dejaste en tus labios besos
para después.
Y de pronto, amor
tus piernas dejaron de ser mi
trofeo
tus manos dejaron de encajar
en mis dedos
las noches dejaron pasar los
secretos
los caminos se hicieron más
largos
el escondite empezó a ser más
lento
los bailes imaginarios,
los tiempos contra el tiempo.
Y de pronto, no eras tú la del
espejo
ni yo el de tus sueños.
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Al pie de algún árbol,
al costado del último descanso de Sebastián,
duerme pues en sueño eterno,
después de tantas huidas y derrotas
el alma de algún hombre llamado
Camilo Cárdenas.