lunes, 24 de agosto de 2015

Doscientos días





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Después de quererte tanto,
después de marcar todas las líneas de tu piel
después de odiarte como a nadie
lo más probable
es que te recuerde por siempre feliz
feliz porque te has ido
y a diferencia de tus manos,
a mi,
me dolió hasta el más profundo beso
que regalaste a otro cuerpo
aún con el sabor curtido de mis labios.

Después de conocerte tanto,
después de navegar con mis dedos
los más oscuros secretos entre tus brazos,
lo más extraño ha sido
intentar encontrar en el calor de otra mejilla
la respuesta más amarga de esta vida.
Tú te fuiste,
dejando esa duda inerte en cada pupila
dibujada a lápiz en cada palma de mis manos,
que ahora te ven incluso en esas calles
donde nadie camina
donde voy solo
conmigo,
sin ti.

Después de cerrar los ojos
para recordarte tanto y tonto.
después de silenciar la oscuridad de mi cuarto
para alzar los dedos y dibujarte en cada espasmo,
en cada segundo de almohada sobre el rostro,
después de encontrarme parado tiritando
después de seguir tus presuntos pasos
hasta las puertas del infierno
lo más seguro es que baje a buscarte
hasta el lugar más oscuro y desolado.
Y si no estás, te esperaré
porque no existe otro lugar más inhumano
que merezcamos habitar
después de tanto sufrimiento.
Porque no existe otra oscuridad
dónde podamos enterrar nuestros pecados.

Esperaré otro segundo más,
escondido ahí,
entre la sombra de mis dedos
asesinando a fuego lento
uno a uno tus recuerdos.

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viernes, 21 de agosto de 2015

Sol nocturno

Todavía recuerdo la primera vez en que la vi. Nos dirigimos rápidamente al bar de la plaza San Martín.


Ella se divierte concentrando su mirada para no revelar más el silencio que no puede escupir.
Él se envuelve lentamente entre el espacio que recorre su cintura ancha.
Ella advierte con sus ojos – te quiero besar como si esta fuera una última vez
Él, sorprendido por verla sonreír, disimula para no hacerse notar. Sabe que pronto esa cintura a la cual recorre pronto se marchará. Se marchará porque se lo pedirá. Aún así, él la ha besado.

Ella tiene novio, y lo besa porque corresponde por decencia hacerlo. Llueve, la calle de su casa camino a la avenida es tranquila, nadie la interrumpirá, ni siquiera el pensamiento que la invade.
Él, la besa. La besa porque a pesar de todo le gustan esos besos con sabor a fresa y cigarrillo. La besa porque al cerrar los ojos no puede ver su alma ni sentir el abrazo frío que en realidad lo abraza.

Ella ríe,
Él se aparta.
Ella suelta de la mano un poco más despacio.
Él le dice que la vida que tenían era algo más pequeño que una farsa.
Ella ríe, y a la vez llora, pide perdón aun sabiendo que no es su culpa,
Él se marcha.

Ella cruza la avenida, toma un taxi.
Él se sienta en aquella banca donde por primera vez miraron las estrellas sin el más mínimo respeto por las horas ni la distancia.
Ella llega, su pasado se termina con las monedas que el taxista deja caer sobre su palma.
Él la mira, sonriendo, como cuando sonreía al amarla.
Ella tenía novio.
Él tenía novia, pero no importa.

La vida tanto como el alcohol, de vez en cuando se equivocan.

El amor nunca se muere, solo cambia de lugar.


martes, 11 de agosto de 2015

Caminador

Es a veces necesario conocer el final de todo el camino para poder darse cuenta que nunca fue el correcto – pensó Camilo.



Es cierto. Es hora de guardar todos los recuerdos, de mirar hacia adelante porque el tiempo lo requiere. Es hora de pensar que tal vez era bueno recibir lo peor para intentar descubrir algo mejor.

Salgo a la avenida, llueve. Llueve y sin embargo no hace frío. Cuando una mente se entrelaza en pensamientos ni siquiera existen horas o cansancio, solo se camina por inercia, como si dar más pasos aliviara un poco todo el rencor. Me gusta caminar, es uno de los placeres más recurrentes que encuentro siempre desde la oficina hasta la Avenida Benavides.

Quizás algún día consiga algo de solo caminar, tal vez un record que a nadie le importa, o me encuentre algo de valor que no me sirva. Trofeos inútiles para alguien que requiere de inutilidades existenciales solo para sonreír.

“… no te preocupes por mí, soy como los gatos y caigo de pie”. Pero te preocupaste, a buena hora. A mal día.

Reconozco los mensajes cuando vienen desde lejos pero jamás pude reconocer nunca los tuyos adecuándose a cada situación. Te fuiste (o te deje ir, da igual) dejándome siempre una marca sobre la piel y regresaste siempre recordándome esas huellas. Me conoces más que a nadie, me descubres mejor que nadie. Caminaste conmigo siempre por esos lugares donde no me atreví a ir y que ahora disfruto. Se puede decir en buen término, que esta ciudad tan horrible está llena solo de tus buenos recuerdos. Del bar donde te conocí, de la avenida donde me enamoré. El hospital donde sufrimos para después reír y el castillo con una sola ventana dónde por única vez demostraste ser la princesa del cuento que siempre me rehusé a escribir.

Volviste, como vuelven las cosas que nunca se alejan. Pero yo no pude, no puedo, no podré. Porque lo mío es quizás demasiado más fuerte de lo que tu traes y no es soportable. Nunca a la mitad, nunca con terceros. En poco tiempo te convertiste en lo que quiero pero que no es para mí. Maldita sea. Malditos meses, malditas dudas, malditos otros.

Sigo caminando porque aunque quisiera no puedo parar, el corazón y la voluntad no me lo permiten. Veinte pasos hacia adelante y por más que quisiera no puedo alejar el recuerdo de tu nombre de mi mente. Eres esa amor trascendental que llega una sola vez a tu vida para decirte hasta cuanto podrás amar.

Voy a ponerlo de este modo. Tu vida es mía, pero ya no me pertenece, en cambio la mía siempre te perteneció, a pesar de mis huidas. En este preciso momento yo podría dejar las cosas que me siguen solo por seguirte a ti, pero es algo que todo el amor que me das con tus besos no serán capaces de hacer por alguien como yo.

Es momento, amor, de intentar dejarte ir.

Mi próxima vida te la regalo, pero esta no es para ti.

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Y de pronto, mujer,
dejaste que entren demonios a casa,
dejaste que el tiempo se ría de mi.

Y de pronto, pues,
dejaste que el viento decida tus sueños
le diste al infierno las puertas de abril.

Y de pronto, alguna vez
dejaste libres recuerdos concretos
dejaste en tus labios besos para después.

Y de pronto, amor
tus piernas dejaron de ser mi trofeo
tus manos dejaron de encajar en mis dedos
las noches dejaron pasar los secretos
los caminos se hicieron más largos
el escondite empezó a ser más lento
los bailes imaginarios,
los tiempos contra el tiempo.

Y de pronto, no eras tú la del espejo
ni yo el de tus sueños.


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Al pie de algún árbol, 
al costado del último descanso de Sebastián, 
duerme pues en sueño eterno, 
después de tantas huidas y derrotas
el alma de algún hombre llamado
Camilo Cárdenas.