Todavía no recuerdo la última
vez que vine por aquí.
Era oscuro, lo recuerdo. De
las puertas caía el óxido de la cerradura vieja. Las luces apagadas, la niebla
a ras del suelo. Suelen ser las cosas más horribles las que te llevan a este
lugar, y de devuelven de vez en cuando de golpe a la realidad. Es como un
remolino que te introduce y te retira, te vuelve a introducir y vuelve a
retirarte, desde que empiezas en el suelo en una circunferencia pequeña, haciéndose
más grande y más terrible en su desembocadura.
Y así me pasé los últimos
meses, huyendo del remolino. Mirándolo de reojo desde muy lejos y sacándole la
lengua. Mostrándole el dedo medio cada que puedo, pechándole con algo de
orgullo al saber que por aquí estuve y no volví.
Existen ciertas cosas que uno
no acomoda al salir a caminar. Por lo general cuando voy a buscarla, alisto
algunas cosas. Mis ganas de besarla, mis ganas de esperarla y mis ganas de tenerla,
no sé si en ese orden, no sé si alguien tenga esas mismas ganas hacia mí. Existe
una canción antigua que siempre repito al merodear la ciudad, y es que dentro
de mis placeres más idiotas existe uno donde le pongo soundtrack a mi
alrededor. Cuando voy por la calle el volumen anula los sonidos que se muestran
frente a mí, el de los autos, el de las personas, el del radio dentro del auto con
las personas. Suena entonces Space
age love song de A flock of seagulls,
y mi cuerpo baila. No frente a todos, ni si quiera muevo los hombros. En mi
cabeza, mi mente baila y camino haciéndolo sea cual sea la ruta. Sea del puente
a la Bolichera, sea de la oficina a la estación, sea del C. Cívico a Piérola. Mi
cuerpo baila y se ve bailando junto a P.
Hace mucho que no le escribo,
no porque no quiera ni tenga nada que decir, es solo que cuando la vida encaja
con cierta perfección, no tienes manera de describir esa perfección. Cuando uno
ve que todo está bien, es difícil mejorarlo o empeorarlo, y ciertamente soy un
experto empeorador de situaciones. P. baila conmigo cuando escucho el soundtrack
de la vida. P. me espera cuando voy a verla y cierra todas mis cicatrices que
acumulo desde que despierto. P. me envuelve algunas veces entre sus brazos
porque yo no puedo hacerlo, no tengo los brazos ni la talla ni el porte militar
que quisiera para lograrlo, sin embargo, ella lo hace por mí, y lo hace tan
bien que esos breves instantes me hacen sentir alguien seguro y querer cerrar los
ojos y caminar sin temor a caer o golpearme en alguna vereda, con algún peatón
o pisar alguna cucaracha.
Esta vez no escribiré de las
cosas que me envuelven, que me llevan a los espejos o me sacan de mi paciencia
en la oficina. Esta vez hablaré de P. como si no la conociera, como si fuera
distinta. Como si las espinas que vienen con las rosas no encontraran espacio
en el tallo que ella trae con sus besos y que adornan su mirada. Esta vez describiré
por pedazos todas las emociones que son capaces de nacer cuando ella sonríe. Porque
P. sonríe gracias a la felicidad que a veces le doy y gracias a su padre que consiguió
por unos años que no coma dulces. Y sonríe para mí, no sé si para el resto, no
sé si sea una máquina que regala sonrisas a todo el que la mira y le dice lo
bella que es. Sonríe para mí, y eso es suficiente, más aún, si sonríe
burlándose (a su manera) de mis peores defectos.
Entonces he caminado unas
cuadras y abordado dos autobuses para ir a verla. Y aún sin poder llegar a sus
escaleras o a su estación de motocicletas estacionadas, ese corto recorrido por
la plaza San Martín ya tienen una melodía en mis orejas (suena Agua de manantial de los Olaya sound system). Y voy bailando en
mi cabeza mientras imagino que decirle al verla caminar frente a mí (ha de esperarme
siempre sonriendo antes de darme un beso) y debo improvisar. Debo mantener esa
sonrisa, debo hacerla sentir bien, aunque no lo quiera, aunque no lo sepa, aunque
no esté planeado. Voy a ser un poeta burlón, un payaso delicado, un sarcástico
de salón, un juglar del siglo XXI, un arlequín de piernas cortas, un Joker sin
escopetas ni maldad, un sobreviviente para ella.
Y sonríe.
Es entonces cuando te das
cuenta de la más grande ironía de la noche. Mientras la magia avanza, la noche
se acorta, el tiempo pasa. La despedida se acerca y el paradero nos aguarda. - La parte que menos me gusta cuando te veo – le
digo. Y la abrazo y trató de acomodar todas esas cosas que no pude decirle
cuando estuve a su lado, y trato de amarrar todas las imágenes que quisiera que
vea, todas las canciones hermosas que sé pero que por tiempo y espacio jamás
escuchará. Y trato de escribir todos mis sueños, mis ilusiones, mis
proyecciones a futuro y mis objetivos del pasado. Intento conocer a Dios y
entenderlo y decirte que quizá me demore mucho pero que ahí estoy todavía,
deshojando pétalos de indecisión mientras alunizo en algún lugar de Venus
esperando buscar a todos los soñadores que han llegado ahí con distintas alucinaciones.
Es tiempo de envolver todo lo antes dicho y hacer que lo entiendas con mis
besos. No quiero soltarte, no quiero que te vayas, y si te vas quisiera irme
contigo. Eso causas en alguien que hasta hace poco tenía el carisma de un
televisor antiguo, apagado y observado por atrás. Eso causas en alguien que andaba en modo
automático siendo condescendiente con la vida.
Y sonrío.
Sonrío porque acabo de viajar
dos horas de Sur a Norte, como un viaje extraño, lleno de madrugadas y paisajes
que adornan las ventanas. Es momento de reflejar todo eso que aún no sucede, de
ensayar para el “siempre” que tanto temes. P. sabe que estoy ahí por muchas
cosas, pero que solo me interesa una: sentir que hice lo correcto. Y no sé si
lo logré, al irme, la sensación de saciedad es increíblemente grande. Desde temprano
miré de reojo muchas cosas. Al delincuente que me siguió por el puente, al
mototaxista que me recibió el billete, a Dios que me miró desde un altar, a su
mamá que me ha mirado, pero no me ha visto. A sus mascotas, a las fotos, a los
limones de diferentes tamaños, a sus nalgas, a su desorden escondido y a su orden
obligado para recibirme. He mirado de reojo el sofá, las llaves, el jardín, el
camino, a sus vecinos, al reloj que no funciona, a las máquinas que no
funcionan, a la mampara que divide dos árboles de la vida que ahora tienes. ¿y
saben qué? Me agrada, me atrae, me envuelve, me atrapa. Soy un náufrago
ingresando a las fauces de una sirena. Ella me atrapa mientras intento no hacer
el ridículo cortando hierbas, mientras limpio lo que jamás limpio, mientras
ordeno eso que no sé ni como se ordena. Dentro de toda la imperfección que
rodeaban esas horas se encontraban escondidas algunas pasiones que lo hacía
todo diferente. Me sentí diferente, P. se sentía diferente. No sé en que
proporción puedo llegar a entrar en la vida de alguien. Ya decía Luis Ramiro
que a veces pasamos de ser nadie a ser los hombres de la vida de nadie. No sé
que quiero ser ni hasta donde llegar. No sé quien sería P. si no la hubiese
conocido, no sé quién sería yo si no me hubiese conocido así con alguien, solo
sé que Peggy merece que la quieran como nadie jamás la quiso y sé que merezco
querer a alguien como espero que me quieran.
Debe ser verdad cuando me
dicen que jamás había estado así por algo o por alguien. Debe ser verdad eso
que dicen cuando buscas algo y lo consigues todo lo demás empieza a acomodarse
como piezas de un rompecabezas que en un solo movimiento llega a ordenarse. Debe
ser que la extensión de esto que crece y se mantiene empieza a multiplicarse
como una epidemia que no mata, como un apagón de luces fulminantes, como una
lluvia en media noche, como un desierto que avanza. Se vuelva grande, tan
grande como el invierno o como mi panza, quizá más. Quizá más grande que el
mismo cielo, o como el universo.
De pronto al salir en busca
del sofá rojo, ambos sonreímos.
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Voy a salir a caminar
Hay una ciudad que no me espera
Tengo el abrigo y las monedas
Para comprar la eternidad.
En la estación todo está frío
El tiempo corre, todo es igual
El cielo duerme en mis latidos
Y en un segundo llego a ese lugar.
Luego te esperaré
Con las orejas casi sordas,
La puerta a Venus abriré
Y lanzaré al día por la borda
Amor, empecemos a correr
Que traigo estelas en las sombras
Para que combinen con tu piel
Y con tu abrigo en mi alfombra
Después te besaré
Con miles o ningún motivo
Y en tu aliento atraparé
Todos tus abriles y el café
Qué levantarán a un ciego herido
Qué cogió el metro hasta tus pies
Que corrió con prisa hasta tu ombligo
Esta noche puedo ser el rey
Que conquista un mundo ambiguo
La puerta a Venus abriré
Para mostrarte mi camino,
De la plaza hasta mis pies
Dónde he plantado mi castillo.
Luego tú me dirás
El amor te ha traducido
Las coordenadas y la fe
Para no darte por vencido
Preguntarás tal vez después
¿Existe un para siempre en mi vestido?
Esta noche abrazaré
Todos tus miedos repentinos
Que se quedaron a esperar
A que suenen las campanas
De tu corazón y de la catedral
Que hoy nos miran las espaldas
Espero encuentres mi señal amor.
La puerta a Venus abriré
Para que alumbres mi destino.
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