martes, 4 de septiembre de 2018

Aún estás aquí




Es bonito saber que a cualquier situación de la vida siempre le puedo poner música. Lo hago todo el tiempo y lo seguiré haciendo siempre. Normalmente cuando algo sucede, camino ignorando a todo el mundo o miro por la ventana de cualquier autobús e imagino las tonterías que pude hacer o que no hice.

He relacionado casi siempre las cosas que me pasan, mis sueños pendientes, mis locuras, mis secretos, mis amores imposibles y hasta mis temores pasajeros. Mis viajes a la luna en tres minutos, mis sueños más jodidos con sonrisas que no eran para mí.

Un día de enero, lo recuerdo claramente. Me apresuré en presionar el botón del ascensor que me llevaría al piso nueve.

No me gusta estar delante de nadie, nunca. Me gusta ver las espaldas y no que me la vean. Me gusta ver como la gente sufre y yo observo ese sufrimiento de ser señalado. Entonces, abro la puerta y por nada del mundo bajo el volumen de lo que voy escuchando. Soy rockero y tienen que saberlo.

He venido a este lugar a aprender y a olvidar. No me afeitaré porque ese debe ser un repelente a malas historias, y no quiero más malas historias.

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He señalado de la mejor forma posible con flechas rojas dibujadas a mano la puerta de mi cuartel donde hay chicos débiles. Tienes todos los obstáculos posibles para llegar a mi vida: media ciudad, dos pistas, una avenida, cuatro pisos, escaleras y una puerta con un búho impreso en él, que desde ya te advierte que mi vida esta llena de insomnio, malas noches y café. Si no supiste entender que esa era una señal para que huyas, entonces debías arriesgarte. Mientras llegas he buscado una canción de Marwan, me acomodé el cabello para tratar de verme menos desarreglado. Soy un rockero con alma de osito tierno y debe existir una forma de contrastar eso sin que se vea ridículo. Esta vez el soundtrack se me hace raro, nadie sabe que vendrías, y ciertamente le temo a todo al que pueda parecerle extraño que quieras mezclarte conmigo de esa manera.

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Los números nunca me gustaron. Es más fácil escribir que calcular. Aquí no puedo ponerle flechas a nada. Estoy algo confundido en esta clase y quienes deberían ayudarme me miran pidiendo ayuda.

Estar perdido siempre ha sido genial porque los inútiles buscamos siempre maneras más fáciles para resolver nuestros problemas. Me gusta siempre hacer mis cosas solo y últimamente me ha gustado estar solo. Debe haber algo conveniente en pedir un favor a alguien que seguramente no te importa. Y ahí voy, mostrando mis dientes chuecos para ver si alguien se apiada de explicarme algo que no entiendo.

Puse música otra vez. Las venas se llenan de trash metal, el volumen alto siempre llama la atención. Nadie ha volteado aún, sospecho que la mayoría tampoco entiende, y los que entienden están concentrados y protegidos entre ellos, guardando recelosamente su conocimiento como si saber fuese una competencia en las que quieren ganar. Eso esta bien. No quiero que nadie piense que le sonrío en busca de una amistad sincera. La verdad, solo quiero que me enseñen y que no me cuenten sus vidas. No quiero ser amigo de nadie. No quiero a nadie pidiéndome consejos que no van a seguir y que jamás he seguido. Es un desperdicio de voluntad que por flojera me atrevo a guardar para mi siguiente vida donde debería tener más suerte.

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Abro la puerta. Llegaste al fin. Aquel día había fútbol y yo tenía que ir a verlo. Pero no fui. Nunca fui capaz de verle a los ojos a nadie mientras me hablan o me miran. No por falta de educación, es solo que, creo que no me gusta que empiecen a descifrarme. Retirar la mirada es como hacer que un telépata no pueda entrar en mi cabeza. Los ojos dicen mucho y hoy tienen muchas ganas de hablar porque hablando con los labios soy demasiado redundante. Te abro la puerta de la oficina como si te abriera el telón del lugar más oscuro de mi corazón parchado con cinta adhesiva. Siento un poco de vergüenza, es como si te invitara a un cine maloliente a ver La vita è bella. Pero bueno. Cada quien tomó sus riesgos. Tú por venir, yo por pedirte que vengas.

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Las cosas funcionaron bien. Aprendí y no conocí a nadie. Me enseñaron y a los minutos los aparté sin opción a que me ubiquen nuevamente. Todos los fines de semana funciona eso de entrar, saludar, no bajar el volumen y buscar el asiento más alejado posible para pasar desapercibido.

Pero es extraño.

Es como si tuviera un resplandor incandescente las últimas noches de universidad. Es como si todo se viera tan normal y de pronto ingrese por la puerta alguien que desentona con el entorno más desentendido de la ciudad. Un tulipán en un cementerio abandonado, una canción Damien Rice en un concierto de chicha psicodélica desafinada. Un malabarista de cuchillos con fuego en una avenida llena de vendedores sucios y groseros de libros piratas. No suelo desatender la mirada de la clase, pero hoy, sospechosamente, la chica de cabello rubio se ha sentado adelante y tengo tres horas para observarla desde mi ubicación casi oscura al final de salón de clases.  

No sé en qué momento cambié una canción de Slipknot por una de A flock of seagulls que habla de amores espaciales. Debe ser un mal augurio. De todas formas, no es la primera vez que me distraigo así.

Al salir del edificio camino unas quince cuadras y decido olvidarme de todo lo que he visto. Mi desánimo y mi pesimismo es más grande cuando recuerdo que he sido siempre un perdedor, y me siento bien siendo un perdedor que no se atreve a nada y solo respira en lugar de vivir.

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Hay un espejo por donde puedo mirarte cuando no me miras. Hay canciones que por ahora te van diciendo las cosas que no soy capaz de balbucear. Quisiera en ese instante poder transmitirte algunas cosas, pero no me atrevo. Hay todo un remolino de ideas merodeando en el ambiente, cosas que solo los valientes harían sin dudar y yo, soy un cobarde que apenas te ha ofrecido asiento porque es lo más real que tiene para ti.

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Tengo que devolver un favor. La chica de cabello rubio me ayudó y debo ayudarla. No estoy tan seguro de querer hacerlo. Mi flojera es más grande que mi reciprocidad. Usualmente nadie viene a verme, así que será interesante tenerla aquí. Es día de fútbol. Tendría que ir a verlo, pero no iré. He dibujado flechas desde la estación hasta las dos pistas, la avenida, la escalera, el cuarto piso y la puerta con un búho del que no fuiste capaz de huir. Es hora de atreverme y de arriesgarme.

Alguien ha llamado a la puerta con dos golpes leves. Abro cuidadosamente después de arreglarme el cabello. Soy muy pesimista, pero por alguna inexplicable razón no pude apartar mi mirada de ti. Vi en tus ojos algo que me dijo: te volviste a enamorar.

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Y aquí estás, reflejándote en mi espejo, sonriendo como un carrusel que no se detiene. Tu voz es tan igual a la primera llamada. Tus ojos son más bonitos si los miro de cerca. Tu aroma es particular y tu cabello brilla un poco más. Te sentaste a mi lado como presagiando que jamás te irías y decidí un poco temeroso, dejar que te quedarás.

Y aún estás aquí, cambiándome la vida.



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