Sebastian traía consigo aquel regalo de cumpleaños, los recuerdos de escritorio y una piedra. Estaba en el mismo lugar, lo recordaba.
Usualmente los muertos pueden volver a vivir lo que ya vivieron sin estar presentes, Sebastián había muerto sin terminar el ritual.
Y ahí estaban, el mar, la piedra, la arena, las cosas. No existía dolor, ni llanto, ni pena, ni gloria. Avanzó levitando hacía la orilla, no sentía calor, ni frío, ni viento. Apunto con los ojos hacia la arena y escribió un nombre, se acercó a la piedra, la rompió, y la arrojó al mar. Las cosas de escritorio lo despedían varados mientras las olas se preguntaban si llevarlos o arrojarlos hacia afuera.
Sebastián está muerto, pero aún muerto sabe que nunca fue como ella, y esa es la llave de la puerta de escape del infierno.
Buena suerte, la vas a necesitar.
Buena suerte, la vas a necesitar.
Una puerta.
Una cama.
Una copa.
Mis ojos.
Tus ojos.
Mis ojos miran la copa,
la cama cubre mi cuerpo,
tus ojos miran la cama.
La cama está detrás de la puerta,
tus ojos están detrás de la puerta,
mi cuerpo, sobre la cama,
la copa, al lado de la cama.
Yo miro tu cuerpo,
Tu miras mis ojos,
La copa se cae,
Tus ojos miran la puerta,
Se escucha un sonido.
Una puerta.
Una cama.
Una copa.
mis ojos.
Te haz ido.
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