Son las cinco de la mañana. Después de tres alarmas
repetidas, mis ojos se abren con un poco de prisa y miran el techo fijamente.
Junto a mi guitarra empolvada se quedaron rezagados todos mis argumentos que
demostraron alguna vez que dormir un domingo hasta tarde era beneficioso para
no alterar el orden mundial ni la salud espiritual. Minutos largos de
explicación razonable llenas de post verdad que defendían mi flojera. Hoy todo
eso se hizo bolita imaginariamente para esconderse tras la sombra de mis zapatillas
viejas y mi ropa sucia.
Hoy me pondré más feo, y a la vez más cómodo para ir a
verte. Solo una vez a la semana uno tiene el privilegio de salir con la
oscuridad de una madrugada y volver con la oscuridad de la noche. - Si me ama como soy, quiere decir que me ama
de verdad - pensé.
Por lo general, mis semanas están llenas de estrés que
aprendí con el tiempo a disipar con algo de terapia. Después de varios meses de
constante reojo y duda, una mañana de noviembre decidí hacerle caso a mi
conciencia e intentar buscar algo más que un simple futuro desechado.
Yo voy a creer en
Dios el día que tú creas en el amor, te dije casi sin pensarlo.
Y muy a pesar de mi visible alejamiento con aquella deidad,
con el tiempo pude aprender algunas cosas. Dios obra de formas misteriosas y
habita en cuerpos diferentes para llegar siempre cuando uno no lo espera.
Aprendí a no esperarlo, y llegaste.
Llegaste iluminando los lados oscuros de mi vida con tu paz
y tu cabello claro. Llegaste a dibujar disparos constantes de serotonina e
ilusión con tu perfume y tu sonrisa. Llegaste a atrapar toda mi atención con
tus ojos y tu sarcástica inteligencia. Descongelaste una vida resignada a la
larga travesía de andar colgado en un glaciar huyendo siempre del amor, y lo
hiciste solo con tus ojos.
Tus ojos ¿Te dije que me han gustado siempre tus ojos?
Escribiría toda una trilogía aburrida que solo yo comprendería
tratando de que entiendas la importancia que tienen sobre mi cuando me miras, y
sospecho que mi esfuerzo sería algo inútil todavía. Aun así, aprendí a verte
más allá de una sola presencia. Entendí que quizá no debería ya no esperar a
Dios si no simplemente tratar de comprenderlo. Comprender que de muchas formas
trató de encontrarme en forma de tormentas, en forma de milagros, en forma de
oportunidades y en formas tan obsoletas como desilusiones pasajeras. Jamás
funcionaron, y como mi terquedad es más grande que mi fe, y como soy más necio
que optimista, y como soy más bohemio que creyente; a Dios no se le ocurrió
mejor idea que cruzar tus alpargatas con mis botines verdes, tus blusas
extendidas con blonditas con mis polos grises, tu humor negro con mi humor
absurdo. Tu piel color cielo con mi piel color pan centeno, tu buen amor con mi
amor aventurero. En más sencillo, Dios decidió venir a mí a través de tus ojos,
a través de ti, de tu voz sobre mi espalda, y puedo decir con total seguridad
de que creo más en ti que en él, porque de alguna manera el vino a capturarme
de una buena vez por todas para vencer mi incredulidad acumulada.
Sé que no me crees, a veces ni yo me creo. Aprendí desde
muy niño a aceptar que tenía que ser una triste historia de amor y una
interesante historia de nerd. Aspiraba a ser la última opción romántica de
cualquier mujer con problemas incurables y hoy, despierto sintiendo ser más
bien ese algo que le importa a alguien. Hoy respiro ese aire que solo respiran
los valientes que se atreven a soñar y que se enfrascan en diatribas
inexistentes contra sí mismos tratando de auto explicarse de que, si pues
idiota, alguien que no precisamente es tu mamá, te ama.
Y pues, desmedidamente, eres todo lo que amo.
Y te amaré así un día te haga falta o te sobren mis
abrazos.
Y te amaré cuando cierres los ojos al besarme, o cierres
tus puños golpeándome.
Y te amaré más si decides mirarme o si decides apagar las
luces de tu habitación.
Te amaré mientras viva, o mientras muera cada vez que
peleamos.
Te amaré cuando me veas despedirme en Trujillo, o me
esperes esperar el bus de regreso a mi cuarto.
Y te amaré,
Te amaré así nos separen por las noches una mampara y una
escalera o cuarenta y cuatro kilómetros que hay desde mis ojos que se abren
para ver el techo, hasta tus ojos que me aman tanto.
... Señor cobrador,
en Rosa Luz bajo.
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