miércoles, 21 de febrero de 2018

Suricata & Ranita / El sueño recurrente




-          Ranita ¿Qué piensas de los sueños?
-          Pensamientos aleatorios.
-          ¿Promesas inconclusas tal vez?
-          Ruleta rusa de tu conciencia.
-          Deseo de extrañar a alguien, pienso.
-          ¿Quién ha vuelto, Suricata?
-          Nadie, solo soñé.
-          ¿fue real?
-          Como si aún pudiera verlo.
-          Quizá no lo soñaste.
-          Si lo hice.
-          ¿Cómo puedes estar tan seguro?
-          Corría, y es algo que no puedo hacer mientras estoy despierto.
-          Corrías persiguiendo a quien.
-          Me perseguían, como siempre. Huía de algo o de alguien, de noche. Una avenida larga y húmeda, llena de entes raros que me observaban.
-          ¿Quién te perseguía?
-          No lo sé, pero tenía miedo. Sentía qué, si dejaba que me cojan, me matarían, o quizá peor aún, me harían sufrir y se irían sin matarme.
-          Pero sigues vivo.
-          Me escondí, en una casa. Habitual también, oscura por fuera, quizá verde. Tiene un portón alto de madera, como de iglesia o de casa colonial, la adornan vitrales con biseles. Ventanas elevadas, es de varios pisos siempre. Al abrir la puerta me encuentro con una sala oscura que tiene siempre dos escaleras a los lados que suben en forma circular. Siempre es de noche, siempre las habitaciones están vacías. Cuando he logrado entrar a alguna de ellas, he encontrado restos de recuerdos. Es como si cada habitación guardara tras puertas una parte de mi vida, con todo y los detalles, con todo y los artífices.
-          ¿Sueles quedarte mucho tiempo ahí?
-          No, por lo general, subo a la azotea. Me siento seguro ahí, aunque al mirar abajo siento vértigo, como si fuera a caer del piso 50 de algo, pero me sostengo sin temor. Tal vez en el fondo se que se trata de un sueño, pero se siente tan real…
-          ¿y luego que pasó?
-          Me alcanzaron, y pude ver a alguien acercarse. Traía manos con fuego, ojos rojos y un sombrero que le tapaba la mayor parte del rostro. Tenebroso a veces, me observaba consumirme en miedo. Esperaba que me lanzara pienso, o esperaba que lo ataque.
-          ¿Qué hiciste?
-          Le pedí que se vaya, que me deje tranquilo. Ya hace mucho tiempo que juega al zorro y la liebre conmigo. Se empezó a reír, como sintiéndose perpetuo de hacer lo que le plazca en gana.
-          De ser tú, hubiera escapado.
-          No lo hice, corrí hacia un desnivel en la azotea y encontré un arma, estaba cargada y lista para jugar a la ruleta o disparar.
-          ¿y qué pasó?
-          Lo miré de frente, le miré los ojos. ¿y sabes? Pude ver algo familiar en ellos. Por un momento me identifiqué con su ira, con sus rencores. Pude verlo observando como me disponía a dispararle. Se acercó a mi de forma desafiante y solo atiné a levantar el arma.
-          ¿disparaste?
-          Le pedí que me dejara, que se fuera, no sé si resignado o huyendo de mí, pero le pedí que se fuera. En ese instante pude oler su propio miedo. Sus ojos dejaron de ser rojos y se humedecieron un poco. Retrocedió dos pasos al verme avanzar. El fuego desafiante que traía en las manos empequeñeció y empezó a quemarle. El sombrero ya no disimulaba su apariencia, vi su cabello ondeado y las marcas sobre su rostro. Tenía miedo, pude sentirlo.
-          ¿disparaste?
-          Cuando le pregunté qué hacía aquí, me señaló al corazón, y luego a la cabeza. No entendía porque lo hacía, entonces corrí tras él, y el huyó por la azotea. Pude saltar y en la caída sentí un calor que empezaba a invadirme por los brazos. La rapidez del aire dilato mis ojos, sin embargo, los tenía fijamente sobre él. No lo deje escapar, pude verlo correr a través de un camino largo y tomé posesión de las cosas que lo rodeaban. Mis ojos se trasladaron a todas las cosas y personas que estaban delante del camino y empezaron a seguirlo. Lo vi finalmente correr subiendo una escalera, hasta otra azotea. No entendía por qué, pero lo seguí. Pude oler su miedo, lo transmitía en sus ojos, en su sudor, en sus ganas de lanzarse. Lo vi buscar algo en un desnivel y comprendí al fin.
-          Suricata, ¿disparaste?
-          No. Sabía que en un momento más, iba a ser yo el que huía de él nuevamente.
-          ¿Qué hiciste?
-          Disparé.
-          ¿lo mataste?
-          Apunte a mi cabeza. Luego Desperté.



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