Seis de la mañana.
Abrir los ojos, despacio.
Ritual para darse cuenta que estas vivo.
Una taza de café, mil
recuerdos, tres monedas y tres cucharadas de azúcar. El día empieza y avanza
frío, el agua se me cuela por el cuero de las zapatillas. Levanto la mano para
que me lleven y acomodo la mochila sobre el hombro.
A veces, pienso, que todos los
días son buenos para perder el tiempo. Vivimos creyendo que vivimos cuando lo que en
realidad sucede es que perdemos tiempo. El tiempo que pierdo mientras ingreso a
la estación de tren, el tiempo que pierdo observando las ventanas por la ventana
del tren, es tiempo que nadie me devolverá. Calculo que el día que yo muera, al
mirar atrás, voy a recordar todas las veces que perdí tiempo haciendo fila en la
estación, recordaré las veces que me detuve a leer algún periódico de esquina,
alguna cerveza en cualquier bar sin la compañía necesaria. El tiempo que pierdo
encendiendo un cigarro tan temprano mientras todos corren para marcar ingreso. Hay
demasiado tiempo perdido en la oficina mientras no se hace nada mientras todos
creen que salvamos al mundo. El tiempo es muy hipócrita, si alguien me pregunta
¿cuánto falta para anochecer? Probablemente le responda “ya casi nada, vaya,
corra, termine lo que tenga que hacer y no pierda tiempo en tonterías, viva”.
Sabios consejo que casi nunca cumplimos.
Ya perdí demasiado tiempo
borrando y escribiendo, borrando y escribiendo, borrando y escribiendo. Es
momento de vivir a mi manera.
Medio día.
Cerrar los ojos, disimulado,
cauteloso. Ritual para darse cuenta que no estás soñando.
Dos tazas de café, tres mil
recuerdos, una moneda y deberían ser seis o siete cucharadas de azúcar. Gómez
me ha dicho que cantará en un concurso, y me ha jodido la cabeza con una
versión desafinada y sensible de “Manto estelar”.
- No te acompaño ni cagando – le dije, en realidad no tengo ganas
de escucharte desafinar mientras remueves mis recuerdos. Mucho peor si lo acompaño
con alcohol.
- ¿hasta dónde llegarías?
- Me conozco, no estoy bien, cuando cantes una de Miguel Bosé, tal vez,
te siga.
- Ok chau, voy a eliminarte.
- Si, lo sé.
Y se fue, pero acaban de
llegar dos flashbacks, el primero, un sótano algo oscuro y una mesa algo
aburrida, sobre mi mesa un acompañante a quien no esperaba y en la escalera la
persona que esperaba pero que nunca llegó. La esperé y no llegó (otra vez el
concepto del tiempo perdido). Y las canciones combinadas con alcohol se
mezclaron en dinamita. No debí mirar hacia el frente, ya eran demasiadas cosas
mezcladas entre sí, alcohol, canciones, recuerdos, dinamita, anteojos.
El segundo flashback no se fue
tan lejos, eran las seis de la mañana, una mañana electoral. Dos días enteros
sin dormir, cortesía del café, energizantes y la ansiedad me llevaron a una
batalla interna que trasladé a unos formatos en excel y novecientos noventa y
nueve números jugados al descarte. Una última artimaña y ¡bingo!. Levanté el teléfono,
todo se apagó. Mierda, que no conteste, no quiero escuchar su voz, que no
conteste, esto no puede ser peor.
Y contestó.
Otra vez el círculo con
diferentes elementos, noches sin dormir, canciones, recuerdos, dinamita,
anteojos y una voz.
Me quedan cuarenta minutos
para decidir salir a cruzar la calle, levantar el teléfono y pedir alguna explicación.
Seis de la tarde
Mirarse al espejo, abrir y
cerrar los ojos. No lo hice, no lo haré, no sé lo que quiero. Ritual cotidiano
que refleja duda, y al dudar me doy cuenta que estoy vivo, o tal vez muerto. No
lo sé.
Dos tazas de café, ninguna
moneda. Ya todos se fueron, las luces por debajo del cuarto piso están apagadas
y yo tengo un par de horas para descontrolarme por dentro. Los pasos son
sencillos, leer cosas que te hieren, retroceder a espacios que duelen, escuchar
canciones que destrozan y aguantar. La resistencia se ha hecho justo para eso. Luego,
recuerdo lo que ha pasado, una discusión en casa y un resentimiento que
probablemente se prolongue por semanas. Una deuda no pagada, un desequilibrio
financiero y un día de mierda con errores de oficina. No he salido a llamar, no
sé si salga a buscarla. Justo ayer no he dormido recreando una canción y justo hoy
la tortura empieza a gustarme al repetirla constantemente. Sospecho que mi día
terminará como hace cinco años, como hace un año. Subiendo a lo más alto a
detenerme junto a mi perro, y ver como el mundo se apaga poco a poco. Como los
que pueden, duermen, como los que pueden, aman y los que también pueden, lloran
por la noche. Pierden el tiempo, pienso. Encenderé un cigarro, abrazaré a mi perro
y haré lo que he criticado desde que comencé a escribir. Perderé tiempo, porque
no llamará, y no llamaré. "Ya nos hemos olvidado antes". Ella volverá porque
dicen que los asesinos siempre regresan a la escena de su crimen, eso no
garantiza que se quede, tal vez olvidó decirme algunas cosas y solo me las hará
saber, tal vez no suceda nunca y me descubra como soy, y se dé cuenta que no
vale la absoluta pena mirar atrás, yo que sé.
Empieza el círculo que nunca acaba, un
cigarro, más café. Monedas y serpientes en las manos. Canciones que no te dicen
nada pero te joden todo. El orgullo que desborda por cada poro de su piel,
promesas sin cumplir y por cumplir, alcohol, dinamita, su voz, mi voz, cierro
los ojos para vivir, y los volveré a abrir después. La vida sigue siendo un
círculo donde perdemos todo prolongando cosas que van a suceder.
Mientras tanto, afuera llueve,
y huele a octubre. Todavía queda mucho tiempo que necesitamos perder.
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