No debiste perseguir las
huellas. Vamos, a tu edad deberías ya entender ciertas cosas. No debiste
reparar los focos, ni abrir la puerta. No debiste perseguir a la luna por las
noches, ni contar los pasos de tu casa a hasta su puerta. No era posible, no
era prudente ni necesario arrancar las flores y ponerlas en su mesa. Tú te
fuiste corriendo con la primera respuesta y yo me quedé pensando en las
siguientes preguntas. No debiste irte sin voltear atrás.
De un tiempo a esta parte hay
agujeros en el techo que no te atreves a cerrar. Tras ellos observas el
universo esperando alguna señal. Se fue, te dijeron, navegando en un barco
volador y cada noche esperas que el vapor aparezca y ancle en alguna estrella. Tú
te abrazas a esperanzas desiertas mientras trato de sacudir el polvo de tu
cama, la que dejaste nuevamente mal hecha. Te dijeron que la primavera llegaría
con sorpresas y estás nuevamente guardando los carteles con instrucciones a tu
puerta, estás nuevamente borrando las flechas que adornaban tu vereda. Te
dijeron que no lo intentes más, y tu insertaste una moneda al arcade viejo que
conservas en forma de corazón buscando más peleas. No debiste dejarlo ir, ahora
ya ni contesta.
De seguro todas esas acuarelas
dibujadas en el mural del patio deberían ser las que adornen las noches
despejadas con cigarros y cervezas. No habrá más fogatas, ni viajes, ni sexo.
No habrá más paseos a la medianoche ni reirás mientras todos duermen, ya no
saldré a salvarte del suicidio que significaba despedirte. Ya no irás corriendo
tras el taxi ni te verán por los espejos con lágrimas en los ojos y suspiros en
la garganta. Ya nadie soñará por ti, nadie volverá a preguntarte ¿Cómo estás? ¿vendrás por mí?, entiende
de una vez, no estaré ni marcaré, ni levantaré el teléfono ni te observaré
obsesionarte con las horas, los minutos, las esperas, los estados. De nada
sirve que te explique de cuantas formas puedes derrotar esa ansiedad cuando la
tomas todas las mañanas en el desayuno y las abrigas todas las noches antes de
dormir. Ya no existirán más noches de soledad en el quinto piso, ya no iré a
echarle llave a tu oficina mientras te alumbro la escalera para salir. No volverás
a escribir sobre ti, sobre mí, sobre nadie, ni estaré para darte ideas; para
insistir en que mientas más y que cuentes cosas que jamás pasaron. Ya nadie te
dirá quédate un rato más, ni lo siento, es demasiado tarde. Ya no
podré ir por ti.
Solo te queda un camino posible,
y lo conoces tan bien como yo. Sal, deja atrás todo, olvídate de que existes y
de que existo y de que todas esas cosas que te lanzaron al suelo sin vacilar ya
no están en este mundo. Súbele al volumen a lo primero que encuentres, corre
sin correr, vuela sin volar, avanza y no mires alrededor. Procura no pedir
explicaciones, procura irte sin despedirte. Me apresuraré a darte el encuentro
y abriré otra vez esa puerta oscura al final del pasadizo. Refúgiate otra vez,
de todos modos, irse a la mierda se ha vuelto tan habitual que hasta te han
reservado un asiento al saber que llegarás casi todas las noches. Mira fijamente
a los espejos, no a los que te señalan, no a los que se ríen de ti ni a los que
se rieron antes y se reirán después cuando la cagues. Que la vergüenza de tus
recuerdos más ridículos no te encoja mientras apuntes a tu reflejo. Sácate la
rabia, explota, grita, maldice, jode, ensucia, patea, golpea fuerte, golpea,
con un puño, golpea siempre.
Existen cosas que jamás harás
bien, existen cosas que nunca haré bien. Afuera ya llega noviembre con una
nueva lista de recuerdos, y sabes bien que al salir de ahí el espejo se habrá
roto para siempre, uno de los dos se quedará a soportar todas esas cicatrices y
a poner el pecho, la piel y la sangre, mientras que el otro, saldrá corriendo,
sin mirar atrás, sin cuestionarse ni arrepentirse, sin recordar. Después de
todo, es momento de que uno de nosotros no vuelva más.