martes, 31 de octubre de 2017

El espejo


No debiste perseguir las huellas. Vamos, a tu edad deberías ya entender ciertas cosas. No debiste reparar los focos, ni abrir la puerta. No debiste perseguir a la luna por las noches, ni contar los pasos de tu casa a hasta su puerta. No era posible, no era prudente ni necesario arrancar las flores y ponerlas en su mesa. Tú te fuiste corriendo con la primera respuesta y yo me quedé pensando en las siguientes preguntas. No debiste irte sin voltear atrás.

De un tiempo a esta parte hay agujeros en el techo que no te atreves a cerrar. Tras ellos observas el universo esperando alguna señal. Se fue, te dijeron, navegando en un barco volador y cada noche esperas que el vapor aparezca y ancle en alguna estrella. Tú te abrazas a esperanzas desiertas mientras trato de sacudir el polvo de tu cama, la que dejaste nuevamente mal hecha. Te dijeron que la primavera llegaría con sorpresas y estás nuevamente guardando los carteles con instrucciones a tu puerta, estás nuevamente borrando las flechas que adornaban tu vereda. Te dijeron que no lo intentes más, y tu insertaste una moneda al arcade viejo que conservas en forma de corazón buscando más peleas. No debiste dejarlo ir, ahora ya ni contesta.

De seguro todas esas acuarelas dibujadas en el mural del patio deberían ser las que adornen las noches despejadas con cigarros y cervezas. No habrá más fogatas, ni viajes, ni sexo. No habrá más paseos a la medianoche ni reirás mientras todos duermen, ya no saldré a salvarte del suicidio que significaba despedirte. Ya no irás corriendo tras el taxi ni te verán por los espejos con lágrimas en los ojos y suspiros en la garganta. Ya nadie soñará por ti, nadie volverá a preguntarte ¿Cómo estás? ¿vendrás por mí?, entiende de una vez, no estaré ni marcaré, ni levantaré el teléfono ni te observaré obsesionarte con las horas, los minutos, las esperas, los estados. De nada sirve que te explique de cuantas formas puedes derrotar esa ansiedad cuando la tomas todas las mañanas en el desayuno y las abrigas todas las noches antes de dormir. Ya no existirán más noches de soledad en el quinto piso, ya no iré a echarle llave a tu oficina mientras te alumbro la escalera para salir. No volverás a escribir sobre ti, sobre mí, sobre nadie, ni estaré para darte ideas; para insistir en que mientas más y que cuentes cosas que jamás pasaron. Ya nadie te dirá quédate un rato más, ni lo siento, es demasiado tarde. Ya no podré ir por ti.

Solo te queda un camino posible, y lo conoces tan bien como yo. Sal, deja atrás todo, olvídate de que existes y de que existo y de que todas esas cosas que te lanzaron al suelo sin vacilar ya no están en este mundo. Súbele al volumen a lo primero que encuentres, corre sin correr, vuela sin volar, avanza y no mires alrededor. Procura no pedir explicaciones, procura irte sin despedirte. Me apresuraré a darte el encuentro y abriré otra vez esa puerta oscura al final del pasadizo. Refúgiate otra vez, de todos modos, irse a la mierda se ha vuelto tan habitual que hasta te han reservado un asiento al saber que llegarás casi todas las noches. Mira fijamente a los espejos, no a los que te señalan, no a los que se ríen de ti ni a los que se rieron antes y se reirán después cuando la cagues. Que la vergüenza de tus recuerdos más ridículos no te encoja mientras apuntes a tu reflejo. Sácate la rabia, explota, grita, maldice, jode, ensucia, patea, golpea fuerte, golpea, con un puño, golpea siempre.


Existen cosas que jamás harás bien, existen cosas que nunca haré bien. Afuera ya llega noviembre con una nueva lista de recuerdos, y sabes bien que al salir de ahí el espejo se habrá roto para siempre, uno de los dos se quedará a soportar todas esas cicatrices y a poner el pecho, la piel y la sangre, mientras que el otro, saldrá corriendo, sin mirar atrás, sin cuestionarse ni arrepentirse, sin recordar. Después de todo, es momento de que uno de nosotros no vuelva más.


domingo, 29 de octubre de 2017

Carrusel III



PRIMER ACTO
Imagina llegar tarde, saber que es tarde mientras caminas apresurado por una avenida larga y bajo el sol. Imagina la excusa más idiota y menos vergonzosa para poder decir lo siento. Al llegar, la vez ahí detenida en el tiempo mirar hacia abajo en posición de espera. Y si la vez ahí, iluminando la plaza solo con su presencia, ahora es una plaza con dos personas más, con cuatro pasos que recorrerán el entorno viejo y descolorido, con dos historias nuevas que contar. Imagina sonreír por dentro al recibir el saludo por el día del nombre que jamás esperabas. Imagina ser feliz, sin entenderlo, sin saberlo, sin creerlo. Si esa era la acción más sublime de la tarde, tenía que improvisar con el lugar más sublime de mi vida. Eran los minutos más eternos después de un viaje fatal. La elocuencia disparatada de mis historias aburridas se traslada en reacciones curvas como muestras de felicidad sonora que alimenta la soledad descolorida de esa Lima gris que a nadie le gusta y nuestro desinterés por el pasar de las horas se hace cada vez más notoria. Imagina por un instante ser siempre así de feliz.  

¿Logras entender por qué no soy capaz de mirarte directamente a los ojos aún? Y si lo supieras ¿mirarías los míos también?

Ahora somos dos almas apuradas, lamentando el desinterés del tiempo. Sin embargo,  tengo  dos  nuevos trofeos obsequiados en batalla para mostrarle al destino: Mi taza favorita y mi sonrisa favorita.

SEGUNDO  ACTO:
Imagina nuevamente ir tarde y esta vez no ser capaz de decir ninguna excusa idiota. Otra vez estar a la espera de ofrecer una nueva disculpa. Ver que con el correr de los segundos, en medio del ingreso, otra vez observo la figura repetida de todas las reuniones informales. Imagina un universo alterno a todo esto, donde el estrés, la contaminación sonora y vital frecuenten cada centímetro de espacio. Donde sólo existan personas con las  cabezas agachadas viviendo con una depresión permanente, recubiertas de soledad interna y de frustración, andando por un camino donde solo existen veredas llenas de hojas muertas y neblina. Un mundo casi tan igual a donde voy recurrentemente a deprimirme cuando algo no me sale bien. Un lugar que no existe pero que muchas personas conocen a la perfección y donde de pronto una luz emerge del horizonte más cercano en forma de silueta, entregando un poco de paz y esperanza a cada ser viviente de ese mundo tan efímero y prolongado. Imagina que al llegar iluminas todo en cada paso y ahora puedo verlo, sentirlo, tenerlo. Es el renacer de una esperanza que reaparece cada que llegas con tu bolso negro y tu cabello cenizo. Imagina las cosas que debo decirte y que no diré, imagina los lugares a los cuales quisiera llevarte  y que no te llevaré. Imagina toda la vida que podría recorrer contigo y que probablemente no recorreré. Toda esa secuencia de imaginaciones incendiarias transcurren en menos de cinco segundos desde que apareces y que al acercarte empiezas otra vez a iluminarlo todo. Es un remolino de ideas que desaparece casi al instante con un simple Hola.

Imagina reírte y no cerrar los ojos frente a una película de terror que se supone debería asustarte. Así de increíble eres. ¿Y si descubrieras algún porcentaje de todo eso que yo veo en ti, quizás, un poco al frente de tus ojos cuando estoy contigo?

En esta ocasión perdí la dignidad y el rumbo al ser llamado “caballero”, pero me fui convencido  de  que elegí bien la última vez a mi trofeo convertido en una sonrisa favorita.

TERCER ACTO:
Imagina con algo de sorpresa que por algo que no entiendes pero que te alegra,  por primera vez desde el primer Carrusel, llegas temprano al encuentro. Es momento de reflexionar, porque vamos,
n o  
e s  
é t i c o
p r e s u m i r   cuando algo te ha salido, porque ciertamente nada te asegura de que lo sigas haciendo bien en el futuro. De pronto mientras la esperas con las piernas cruzadas y escuchando a Cerati, reflexionas sobre lo que necesitas más a tiempo completo: más café en el piso catorce, más poesía, más caminatas después de la oficina, más estar conmigo o contigo, ya que de cualquier forma funciono diferente; concentrarme más y destruirme menos. Más ser el hombre que escribe y dejar de ser el que se muestra frente a ti con un poco de miedo. Más elegir el vodka y olvidar la hierba buena con pisco que no provocó mucho más que un helado. Más ir de jirón a la plaza mayor llena de cucarachas, donde odias las fotos tanto como odio cuando tú te vas. Necesito más listas con defectos a subsanar y cosas que odies que debo evitar. Imagina tener tu lista entera de cosas que deba repetir porque te gustan. Imagina estar anclado en el privilegio de dibujar una a una todas las cosas maravillosas que imaginas por las noches con alguien diferente a mi quizá. Ser el herrero que martilla todas las espadas que vas a clavar en el cuerpo de tus metas más concretas. Imagino necesitar más gustos menos culposos que me delaten ante tu presencia demasiado intimidante.  Las luces de la plaza no te oscurecen ni te quitan ningún brillo, así estés en la realidad o en el agujero de serpientes con recuerdos deprimentes, estás ahí siempre, sentada al pie de  la catedral iluminando todo con una luz tan fuerte que me opaca y me estupidiza y que me hace repetirte por cinco o seis veces que me agrada demasiado tu sonrisa y que si pudiera me la llevaría envuelta en papel de regalo a presumirla junto a mi taza mágica delante de todos los demás.

¿Imaginas todas mis mañanas alumbradas desde la madrugada con café y con tu sonrisa? ¿Será necesario ir con mis espadas a esculpir en el sonido del silencio la forma más exacta de tu voz  y tus ojos cuando ríes solo para estampar esa imagen en mi pared para lograr inicial mis mañanas alumbradas (siempre y nuevamente) con café y con tu sonrisa?

Aunque suene repetitivo mi ligera obsesión compulsiva por repetir las cosas, me dijeron hace mucho que lo peor del amor, es que un día se termina. Y cuando eso sucede, todos los cuadros que enmarcas en los rincones del alma se caen, y todos los colores que reuniste en el camino primaveral se despintan y que lo más saludable es dejar que algunas cosas se acomoden, para después ir con escobas a recoger los restos residuales del desastre que dejó el huracán del desamor y que, si tienes la suerte de algún día volver a sentir lo mismo por algo o por alguien, trates de recordar cómo era todo ese paraíso y lo levantes de nuevo.

Imagina entonces que los trofeos presumibles me tienen así, levantando los marcos nuevamente en esos rincones desgastados, quitándoles el polvo con delicadeza, coloreando nuevamente las paredes, reparando los caminos rotos, arreglando los muebles y liberando la mesa donde preparó café todas las mañanas, esperando a que te asomes e imagines casi las mismas cosas que yo.



****
Hope
¿Será correcto que mi juego de poeta
Me trasladé hasta la meta
De besarte la razón en mi cabeza
Sin faltarte el más mínimo respeto?

¿Será posible que la dulzura de un detalle
Me lo tenga que guardar
con cócteles fulminantes de aspirina,
Y que a ti te guste mi escritura
Y que me guste que te guste
tanto de Serrat y de Sabina
y que tu sonrisa me desarme la figura
y me traslade del paraíso a plena calle
buscando en cada esquina
los tornillos extraviados de mi cordura.

Si es verdad,
Bendita la vida,
Y si fuese mentira
Que amarga es la salida
Cuando la pasión no rima
Las excusas experimentales
con el desamor se arriman
y se clavan en cruces de cristales.

En este juego de silencios
No hay criterio, ni saltos ni señas
Que se empujen al filo de una peña
Donde mueran las dudas,
Donde se suiciden las penas,
Donde salten los pasados,

Donde se quiebre el corazón.
****

jueves, 19 de octubre de 2017

Manual de Auto/olvido



Tú eres poesía.
Nadie más que tú puede descifrar lo que tienes dentro del corazón, nadie. Nadie más sabrá las verdad, medias verdades o medias mentiras que puedas tener en mente. Nadie más conoce el límite de esos descontroles imparables que se matizan entre canciones, la cerveza y el teclado. Tienes el control mismo de las historias imposibles y puedes hacerlas posibles, o más imposibles de ser necesario.

Tú eres poesía.
Enamórate las veces que creas conveniente. Con pasión, con desgano, con locura, con placer. Con todo lo que puedas pretender; enamórate, siempre. Aunque sea poco, aunque fuese breve, aunque cause dolor, aunque no recibas lo que entregues. No tengas miedo de arriesgar el corazón así te lo destrocen en pedazos más pequeños cada vez, así tu porcentaje de ilusión sea el mínimo o, todo lo contrario. No despintes el camino que trae hacia tu puerta si es que llegan las personas o los caminos correctos, y más aún si son los incorrectos. No te desates los cordones de las zapatillas sin haber caminado lo suficiente por encontrarlo, siempre hay un paso más que dar cuando se busca lo que se necesita para ser feliz. Enamórate con descaro y sin vergüenza, que cuando más enamorado o más destruido estés es cuando más verdades puedes escribir y tus emociones suelen ser más intensas.

Tú eres poesía.
Escribe, siempre. En un instante, a cada hora. En papeles, en libretas, en tu mente, en servilletas. No tengas miedo de fallar, de borrar, de reescribir o de arrugar las cosas que creas inconsistentes. Escribe como si no existiera un mañana, estás en un presente donde sólo tú decides cuando hacer una pausa o cuando inventar un punto final para una historia que no necesite más alargue. Funciona en los cuentos, en la poesía, en canciones y hasta en la vida. Escribe como si estuvieras a punto de largarte, o cuando ya te hayas ido. Como si fueras a morir o como si nunca hubieras vivido. Como si fueras a olvidar todo o como si jamás te arrepintieses de recordar casi nada. Escribe, siente. Lo que escribas serán las líneas de las emociones que te brotan por el alma, escribe porque seguramente no sabes dibujar, y a veces las palabras dicen más que las imágenes. A veces las líneas erizan más que los óleos, los perfumes o los besos. Escribe como si fueras a enamorar o a despedirte para siempre. Escribe, que quizás funcione para algo, para alguien o para ti.

Tú eres poesía.
Vive como si no fueras a despertar al día siguiente, o como si hubieras nacido ese mismo día con la total inteligencia para morir al atardecer. Vive desatando agujetas en zapatos de otros cuerpos, vive desvistiendo los miedos que necesites conocer, alegrando las miserias que necesiten renacer. Vive como si nunca hubieras sentido la felicidad y hoy estuviese en tu puerta pidiendo una oportunidad para entrar en ti. Vive limpiando parabrisas emocionales, quitando las telarañas de las soledades inducidas, dibujando flechas en las veredas de las personas que necesiten conocerse. Vive recorriendo todos los bares, cementerios u hospitales posibles y escucha las historias que tengan para ti. En todas habrá tristeza que necesite ser espantada y lágrimas que necesiten ser secadas. Vive y deja vivir, es tan simple como eso.

Tú eres poesía.
Y después de todo eso, muere. Como mueren los cobardes con las manos hacia atrás escondiendo las vergüenzas, o como los valientes, sacrificando la espada y el delirio por aquello que resulte improvisado para otras gentes. Muere como muere el invierno y la primavera, destruyendo los paraguas y renaciendo a las flores. Muere buscando ser alguien, aunque hubieses conseguido ser solo un poco o casi nadie. Muere con la satisfacción de haberte enamorado, de haber escrito y de haber vivido mal o bien, no importa. Muere que será la única vez que los demás sepan que te quieren y deseen extrañarte. Muere siendo tú mismo, aunque no fuese suficiente.

Tú eres poesía.
Enamórate, vive, escribe y muere.
Aunque fuese falso, aunque fuese cierto, aunque fuese breve.


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Una carta hecha trizas,
Una foto a la mitad y en cenizas.
Un adiós repentino.
La eternidad de tu amor
Se esfumó en el camino
Sin medir el desgarro
Que causaba el sonido
Del jirón a la plaza, de vasos vacíos,
promesas de un amor desvanecido
apagándose al ritmo de un cigarro.

Yo te quise tanto
Qué le aposté al desamor
Recuperar en el tejado mis vidas de gato
Y terminé moribundo
Apuñalado y perdido,
Escuchando a Serrat y a Sabina,
Recordando tus ratos
Tus besos de esquina,
Y tu perfume barato.

Yo me olvidé de la vida
Y te viví a cada rato.
Soledad compartida
Entre tu amor y mi llanto
Sírveme sobre piel tus heridas
Que para mí quedan trastos
De recuerdos sin vida,
De pasión sin salida,
Y de un corazón sin zapatos.

Yo te quise tanto, amor.

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miércoles, 18 de octubre de 2017

Pequeño Paladín



Érase una vez, un castillo con dos torres, portón y caballos; un lago que erosionaba entre las piedras con agua artificial traído desde una pileta cercana, y un bosque improvisado por un jardín grande, tan grande que después de cierta hora era difícil observar el horizonte. Los cartones mal doblados, pero con dedicación tenían un cartel inmenso en su entrada:

“Bienvenidos a Torrelandia”

De pronto, salió corriendo por el bosque, aquel caballero montado en un listón de madera con alma de potro, casi en el ocaso, era el momento ideal para la inspección nocturna. Sólo sabía que la luz de la luna la hacía brillar. Su espada de madera atravesaba toda la maleza con tal de encontrarla o tan sólo verla despertar.

Así fue como después de un largo viaje, miraste tu brújula dibujada en el brazo. Detrás de las cigarras, las luciérnagas y las aguas de un lago escondido y lleno de colores, se levantó una dulce hada de cabellos dorados. La sorpresa se tradujo en el tamaño en que tu boca y tus ojos se abrieron por la impresión. Era tu mejor tesoro, y lo tenías frente a ti. Las historias que te habían contado eran reales y no podrías creerlo. Guardaste tu espada, y caminaste con un poco de temor y admiración.

- No soy quien, para merecer mirarla, ojalá mi capa improvisada y mi porte de caballero no le falten el respeto, a sus pies ahora me arrodillo y prometo protegerla de los duendes y diablillos que se atrevan a tocarla, desde hoy, Torrelandia le sirve de guardián hasta el final de sus días - dijiste, al mismo tiempo que ensayabas un saludo muy cortés. Ella sonreía y esa era la victoria de tu actual batalla en la conquista del mapa de tus deseos.

De caballero solo el tenías el apellido, una mezcla Vasca que los antiguos señores del Llodio te habían heredado. De fortaleza en ese momento solo tus ojos mirando a los suyos. Mientras ella danzaba en medio de las aguas, destilando en cada rayo de luna destellos que salían de su sonrisa, tú le seguías los pasos y la mirabas con la curiosidad de un niño que observa a lo lejos su más anhelado sueño llegar. Ella te miró y pudo reconocer en tus ojos caídos tu curiosidad valiente - vuela conmigo, valiente paladín, si me tomas de la mano no necesitarás nada más que tus deseos para ser parte de mi - te dijo.

De pronto estabas merodeando el lado menos luminoso de las estrellas. La emoción se fundía con las violetas y auroras en el cielo. El paraíso tenía alas, cabellos dorados y en ese momento era tu fiel amiga, princesa y compañera. Después de explorar los anillos de Saturno, el gran ojo de Júpiter, y de repatriar un resfrío en el lado más triste de Plutón, volviste a la velocidad de la luz hasta la tierra en el descenso más pacífico y cómodo que tu viejo caballo de madera. - Te ofrezco mi espada, mi inocencia, mi valor de niño. Aunque sea poco y sea breve, es la forma más normal que tengo de entregarte eso que los grandes llaman bonito cariño - dijo él.

Ella lo miraba. - Quédate conmigo – le dijo. - De donde vengó no es el cielo, no hay princesas, ni carrozas mágicas, ni caballeros ni realezas. Solo un viejo bosque desde donde cuidamos que los lagos tengan vida, que las rosas tengan aroma a rosas y desde donde las aves ensayan sus cantos. No conocemos de cariño, ni de valentía, ni de inocencias. Quédate conmigo, y enséñame que significa el valor de tu gran alegría-

El la miró, no entendía. El corazón le latía cada vez con más fuerza. Sabía que la pasión descontrolada de volver a Torrelandia o de quedarse ahí lo terminaría confundiendo más. - No puedo- dijo él -eres lo más bonito que jamás podré tener, ir contigo me daría más aventuras en la vida que mil vidas aquí en la tierra, pero tú tienes un destino que significa más que un sueño como el mío. Te puedo prometer algo, iré donde él sabio maestro y aprenderé todo lo que tú conoces, ellos cuentan sus historias siempre. Mantendré el agua limpia de los lagos, perfumaré aquellas rosas que lo necesiten y escucharé a las aves cantar tratando de entenderlas. Y cuando todo eso suceda regresaré, y tú sabrás que por fin podré cruzar del lado de dónde quieres que me quede - Dijo él, y se alistó para marcharse.

- No te vayas aún, si no vienes me iré contigo, he pasado más tiempo del que tengo permitido salir, si vuelvo, me encerrarán en una ciénaga en el lado más oscuro la isla, me quitarán las alas y me condenarán a limpiar junto a las demás hadas que han faltado el juramento – dijo. - ¿Qué juramento? – Preguntaste. – No aparecer ni hablar con nada ni con nadie. Si es inevitable al menos dime cuál es tu nombre de cuna, el mío es Doriev, y te prometo que jamás te olvidaré – y mientras la tristeza se adornaba con una lágrima sobre su mejilla blanca, el cielo se abrió de golpe. Un destello cayó sobre ella y la abrazó con unos mantos oscuros llenos de sombras. Ella gritó mientras le quitaban las alas.

Él corrió hacia ella tratando de salvarla, trepó a un roble y cogió unas ramas para llegar a un punto alto. Saltó sobre la copa de un árbol después de subir por unas ramas secas, desenvainó su espada de madera y se lanzó hacia ella. Ambos cayeron en el lago. Él luchaba contra aquello que no entendía, y ella lo admiraba mientras ambos descendían. – Mi nombre es Sebastián – Se oyó.


Han pasado más de cincuenta Lunas desde que las puertas de Torrelandia no volvieron a separarse. Desde entonces, los gorriones sueltan melodías antes desde el ocaso, y en medio del silencio, nadie volvió a sentir la inocencia del hada ni del paladín. Desde entonces, todas las tardes cuando alguien se acerca a ese lago a buscar alguna aventura, el sol alumbra fuerte por las tardes, las rosas sueltan un perfume incomparable que enamora hasta a las piedras y las aves cantan en secreto un silbido de amor con luz multicolor que se desprende desde el suelo y que rodean armoniosamente a todos los árboles, a todas las flores y a todos los animales del oscuro bosque, desde hace cincuenta lunas y para siempre. 

lunes, 16 de octubre de 2017

Carrusel II



Tres preguntas. Dos respuestas. Días de F. “F”, de felicidad falsa. “F” de fastidio, de fin de fiesta, de finales y de finanzas. Caían las nueve de la noche y antojaba estar solo. Nueve pisos por la escalera más escondida del edificio me dirigen abajo, con el volumen del iPhone cuesta arriba al borde de la locura musical. No todas las noches uno grita internamente de frustración, ni se golpea imaginariamente contra las paredes de la desolación. Había un punto chueco, mis expectativas no encajaban con ninguna expectativa y yo, parecía resignado.

Salir de periodos prolongados de estrés necesitan un escape y no encontré alguno.

- Te espero en la alameda – dije.
- ¿Cuál alameda?-  Dijo.

Nunca supe si realmente eso era una alameda, tampoco me importaba, solo observé un pasaje con faroles y bancas, para mí era una alameda, para P. era solo un espacio frente a las ventanas del edificio que hace dos minutos había recorrido de bajada. Nada podría resultar ya peor. Al salir empezó todo lo extraño, en un segundo el tiempo se detuvo, las luces, los autos, la hora. Fui capaz de respirar tres veces mientras ella se detuvo también con todo lo demás. Me acerqué a observarla por primera vez en toda la noche. Yo tampoco hago intercambio visual cuando estoy tenso y no me atreví a transmitirle mi impaciencia cuando estuve cerca. P. estaba ahí, y su cabello combinaba con su traje, y sus labios combinaban con mi sangre, y mis ojos se fijaban a los suyos, o quizás al revés; y su piel combinaba con mi piel. Había un lado luminoso entre la distancia de tus pasos y en mitad de la calle, empezaba a sentirme bien.

Todo regresó a la normalidad en tres minutos. Debajo de mis anteojos rojos escondía todavía un poco la rabia de sentirme derrotado, leíste sin querer mis intenciones de sentarnos a conversar y de compartir la misma frustración al menos, por unos breves instantes. El frío del ambiente manejaba direcciones intranquilas que se dividieron delante de nosotros, y aunque no lo notaras pude al fin hacer tres cosas a la vez: escucharte, observarte y hacerte sonreír. Cada una de esas cosas planificadas espontáneamente. De pronto en un segundo todo nuevamente se detuvo, una hoja levitaba a unos metros de nosotros y un desconocido intentaba montarse en una de las motocicletas y se había quedado a medio alzar. Existía una perfección en tu perfil, se dice que la curva más expresiva de una mujer debe ser siempre su sonrisa, pero en ese momento no me desencadenaba la curva de tu felicidad. Había leído tus labios sin oírlos. Sabía lo que ibas a decir sin escucharte por momentos. El farol más extremo a tu izquierda alumbraba perfectamente el monte más alto de aquella unión de dos horizontes rojos que transmitían palabras dulces con voz atrayente, tan atrayente como un remolino mortal en la parte más pasional del mismo triángulo de las Bermudas. En ese momento era un pescador en alta mar lanzando el anzuelo y siendo capturado por las olas. Seguí subiendo la mirada hacia tus ojos, que miraban aproximadamente cinco metros hacia adelante. No podía entender en ese instante de qué forma o en qué momento decidí trasladar todas esas emociones escondidas nuevamente a flote. Recordé ese gusto visceral por la desconsolación en las letras de Sabina, ese rango emocional que te araña las entrañas ante cualquier canción de Bunbury. El dichoso desenfreno de aquella historia entre Hielo y Fuego que te hacía emocionar cada domingo. En dos minutos esos gustos se acercaban a los míos, tu horizonte era mi horizonte y contemplaba en ese lado de la noche a tu perfección abrazando mi imperfección. Se extendía un cúmulo de sonrisas en medio de la desesperación de las finanzas, y me gustaba que me hicieras sentir bien.

Dos minutos después todo volvió en sí. La motocicletá se marchó y la hoja del árbol culminó su trayecto descendente hacia la vereda. El reloj volvió a correr y con él llegaron las botellas. Adoraba ciertamente que rieras con mi estúpido chiste del pan francés y que comprendieras mi perfecta manera de arruinar el idioma inglés. El frío ya no dividía en ninguna dirección y solo se limitaba a observarnos sentado con las muñecas puestas bajo sus mejillas y las piernas cruzadas. Ya no éramos dos personas encogidas en alguna silla entre Arequipa y Velarde, más bien me atrevería a decir, dos personas tratando de aplacar sus frustraciones en común con momentos diferentes.

- Significa mucho para mí que estés aquí – pensé, pero no lo dije. Otra vez vino a mi mente ese episodio de señales equivocadas que alguna vez me arruinaron la paciencia y la esperanza, señales que me envían a lugares oscuros y grises llenos de recuerdos y arrepentimientos. Dedos señalándome y burlándose de mí. – Pero tú no crees en el amor – me dijo. 

Habían pasado cinco segundos y el tiempo se detuvo, otra vez. Tuve miedo, y ya no me quedé. Caminé hacia adelante asegurándome primero de que no te suceda nada. Corrí, corrí lejos y cada vez más rápido. A los diez segundos no sabía si las cosas se movían alrededor de mí y el tiempo había regresado o era yo quien se movía alrededor de todo lo demás. Pasé por un bucle temporal y aterricé dos días después, en mi habitación conversando por el celular. – Pero tú no crees en el amor – me dijiste. – Pienso que no existe, pero jamás dije que no creía en él – Respondí. Dos días después y seguías ahí, sin importar el tiempo ni la hora o el espacio. Echado en cama, abrazado por la oscuridad de mi puerta cerrada, de mi ausencia de ventanas y de unos focos apagados. – tú creerás en el amor el día que yo crea en Dios – Te dije. Quizá ninguna de esas dos cosas suceda. Quizás me siga creyendo lo suficientemente autodependiente para no rezarle a ninguna deidad obsoleta y tu sigas siendo lo más gentil y cortés como para suavizar mis arranques de recuerdos inefables acompañados con alcohol y de los cuales yo confundo con correspondencia a mis intentos (hasta ahora inútiles) de tocar por un segundo el lado más sensible de tu corazón. – es malo mezclar cualquier cosa con alcohol, sobre todo, a esta hora - sentenciaste. Un golpe en mi cabeza me atrapó como espiral nuevamente y me llevó en un minuto a la alameda dos días antes. Estabas aún ahí, detenida mientras sonreías ocultándote los labios con las manos. Vaya error. Empecé a sentir mis errores mezclados con los tuyos, imaginé pedazos de mi vida comparados con tu vida. Direcciones iguales con resultados distintos hasta hoy. De pronto, eran nuestras espaldas apoyadas en la silla, era tu risa mezclada con mi risa, eran mis labios queriendo acercarse a los tuyos, era tu piel mezclándose con el color de mi piel, y yo, atrapado en dimensiones que cada vez entendía menos, dejaba un poco de sentirme bien.

- Hoy es nuestro último día compartiendo carpeta – dije, y lo notaste mientras nos alejábamos de la improvisada alameda.

- Procuraré ser más selectiva la próxima vez – escuché. Faltaba mucho tiempo para eso. Las horas ya habían pasado y me sentí un poco peor al olvidar algo que no debía olvidar y por lo que tenía que apurarme. - Debería proponerle tener una nueva conversación informal, después de todo, la he pasado bien – pensé. El camino a tu estación se hacía más pequeño cada vez. Nada que se haga pequeño podría ser bueno en estos momentos. La distancia es algo que solo da gusto empequeñecer cuando se extraña, no cuando se necesita. La distancia empezaba a ser un ligero problema de posiciones, una trampa imaginaria que se destruía solo si tu sombra se interponía a la mía. Y de pronto quise que todo se detuviera nuevamente. Ya no tres, ni dos, ni un minuto. Tal vez diez segundos hubiesen sido suficientes para dibujar en mis retinas un poco más de tu perfil, de esos montes de ilusiones rojas que originan poesía. Diez segundos en los que hubiese lanzado una cuerda que trajera a tierra cada destello escondido sobre las nubes en esa noche gris. Diez segundos imposibles para dar la vuelta al mundo en zapatillas, atrapando cada cosa que pueda sorprenderte y ponerla a tus pies cuando todo regrese a la normalidad. Diez segundos para perpetuar aquello que quizá solo en ese espacio paralelo podía ser posible. Diez segundos para permitirle a mis decisiones escoger en silencio sin que nadie más lo sepa. 

Y quizás, después de mezclar tus sueños rotos con los míos, después de desarmar tu desamor en forma de rompecabezas y rearmarlo con acertijos y piezas adornadas con flores, después de perseguir el arco iris imperfecto que nacía en tu cabello hacia tus pasos, y mezclar tu risa con la mía, tus sueños con los míos, de reflejar tus labios rojos sobre mi sangre y mis anteojos chocando con los tuyos, después de desatar uno a uno los cordones que amarran mi fe hacía lo que no creo, después de mezclar el color de tu piel junto a mi piel, quizás después de todo eso que sucedía mientras tú estabas inmóvil en el tiempo; tu respuesta hubiese sido sí, avancemos. Pero el tiempo es algo mezquino. No volvió a detenerse. Me permitió soñar durante seis minutos que pasaron y que no regresarán. Los autos en la avenida se movían, las personas se movían, mis sueños se movían y te tenías que ir, y por alguna razón que no entiendo, aún después de haber pasado ya un poco de tiempo, aun después de creer que todo podría ir bien o mal, apareciste nuevamente, te burlaste de mis gustos culposos y de mi inglés, atinando a decir unas palabras – hope – primero, – tú creerás en el amor el día que yo crea en Dios – dije después. 

Fue entonces que, atrapado entre espejos e ilusiones, volví a sentirme un poco bien.



lunes, 9 de octubre de 2017

Killapura

Una vez caminé sobre un charco, de niño. Pisoteando la mezcla de arena y agua de lluvia, caminé. Creo que fueron cuadras, o esquinas. Algo. De pronto, una voz se oía a lo lejos: - ¡Ayuda!, ¡Por favor! – escuché.

Corrí, con las zapatillas nuevas que alguien me había comprado. Corrí, salté un muro de cemento sobre el cual había flores intactas (a pesar del humo). Una vieja escalera tras una puerta caída me invitaba a pasar, a pesar del fuego y de los ladridos de los perros. Llegué con una cuerda hasta la habitación más alta y la tomé por los brazos. - A la voz de tres, saltas conmigo – le dije.

Uno, dos y… ¡salta!

Desde entonces, solo pude ver su silueta abrazándome la espalda, su cabello oro azúcar trepando por mis orejas. La dejé a salvo y me fui, pero al voltear no pude verla más.

Han pasado quince años desde aquel sueño, y desde entonces - le contaba – no sé quién es, ni dónde está. – De seguro fue una simple premonición, Sebastián – me dijo P., alguna vez también oí a mi hermano contarme algo similar, claro está en circunstancias diferentes. El caía por un balcón sin final, y llevaba dando vueltas en medio de un remolino que cada vez se hacía más oscuro. De la nada, apareció alguien con el rostro lleno de sombras capaz de llevarlo a superficie. Volaban con una capa color azul muy antihéroe de televisión, tenía un listón acuarelado y los ojos más bonitos jamás vistos. Desde entonces, merodea las calles de la plaza consultando si es que fue solo una visión o un Dejavú. Un día, al hablar con su mejor amigo y contarle lo sucedido, este le infringió una palmada en la espalda y una risa un poco ridiculizante:

– Haber hermano – dijo, ¿de verdad aún crees en sueños y princesas? Ya pareces mi hermanita Soledad. Ella cree ver imágenes mientras duerme y piensa que no está dormida. Algunas veces la atormentan, otras solo le hablan. Desde que mis padres la llevaron al psiquiatra para descartar alguna especie de desorden esquizofrénico, gusto nos dio saber que solo era fruto de su lectura inagotable de libros románticos con vampiros y hadas. Las hadas no existen, agradece que no terminaste viéndola desnuda ¿es lo más normal no?

- Mi hermano sabía que su amigo Ricardo no hablaba en serio- dijo P., pues hace tiempo en una taberna vieja, asumo que el bar Cordano, él una vez pasándose de copas le comentó: Sabes, yo de niño sufrí mucho cuando “Ojos grises” murió. Ojos grises fue el perro que alguna vez su padre le regaló a consecuencia de sus buenas calificaciones en la escuela. – Cuidarás de este pequeño pequines como si fueras tú mismo – le dijo. Me ha costado mucho conseguirlo, para eso, tuve que ir a casa de mi jefe, el Señor Tomás Silverio. Él me contó una pequeña historia acerca de esos perros: “José, estos pequeños canes de ojos grandes sienten el amor más que cualquiera, porque cuando no se los demuestras, lloran lágrimas más grises que el agua turbia, y su cara palidece más que el lamento de una mujer viuda”, no pude desde entonces sacarme la historia de la cabeza, ni pensar que mi hijo Ricardo pueda descuidar de él y causarle tal congoja. Además, ese recuerdo me trae a la mente a Luz María, la hija que Lisseth y yo perdimos cuando él aún era un niño. Ella, recuerda, estaba a cargo de su madre. Pero por azares del destino, tuve que pedirle que me traiga aquella caja de herramientas de gasfitería que no llevé a la obra por olvidadizo. Aún después de tanto tiempo, tenía grabada una imagen deprimente en su cabeza:

“Jamás me lo perdonaré”, murmuraba Lisseth mientras alcanzaba una flor sobre aquel féretro rosado con más lagrimas sobre el rostro y mil sedantes en las venas. Ella era buena, muy buena. Pero Dios ha querido que esta vez no pueda salvarse, ya antes, hacían dos años atrás dejé accidentalmente una vela encendida en el cuarto de su abuela Teresa, y al salir cayó sobre el sofá, y este se expandió por las paredes de madera llegando hasta su cuarto. Infernal terraza que se empezaba a desprender a pesar de que el fuego consumía la casa sobre el barro de la lluvia que había caído. ¿por qué Dios no me mandaste nuevamente aquel muchacho? Que provisto de una cuerda vieja y unas zapatillas recién compradas y llenas de barro pudo ser tan valiente de rescatar a mi princesa. “me casaré con él”, repetía en su inocencia. Ha sido tan valiente como el personaje del cuento que me cuenta papá. Algún día seré grande y podré corresponder su valentía, y me tocará rescatarlo de cualquier incendio, de cualquier infierno, de cualquier tristeza. “Dios, te la llevaste tan pronto y ahora no existe nadie capaz de cumplir esa inocente promesa” repetía. A pesar de los años, no existe veintisiete de cada mes, en la que no fuera a visitar a su hija en perfecto secreto. Aquel día, después de salir del cementerio, un féretro ingresaba al campo santo a ocupar un espacio algo cerca al lugar donde descansaba Luz María. Habían pasado ya algunos años y todo lo que ocurriese alrededor era un poco indiferente para ella. De momento, una ceremonia se celebra y termina rápidamente, sobre el lugar, unas flores oscuras, una guitarra vieja y un epitafio esculpido en piedra barata recordaban:


“Volví a subir por ti,
fue real.
Luche contra el fuego,
me abrazó tan fuerte
que te recordé,
a pesar de los años
pude ver tus cabellos
pero no te encontré
al menos no en esta vida”
                     Sebastián.





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La luz sobre tus ojos,
sobre tus dientes,
enlazados con tu voz
en una noche diferente.
Una mirada de reojo,
el agua ardiente,
hay una luz sobre aquel rojo,
Iluminas el amor tan transparente.

No pregunté por el servicio
de seguirte la corriente
me atrapó la realidad
en modo residente.
¿Es un error?
¿Una invitación a lo inconsciente?
La felicidad trae alas
que no me caben en la frente.

Traes luz sobre tus ojos,
una voz con un manojo
con las llaves de un hotel
con cuartos inexistentes.

Esperanzas esculpidas en vapor
con siluetas diferentes.
enlazados con tu voz,
breve alegría intermitente.
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domingo, 8 de octubre de 2017

Carrusel

Un día de pronto despiertas, con emociones debajo del edredón. Acabas de abrir las ventanas y el canto de las aves ingresaron a la escena. Enciendes las luces de tu vida, le encuentras un sentido a todas las cosas sin sentido que de alguna forma hoy tienen su nombre. Las canciones que antes tenían historias  olvidadas ahora se tatúan con tus recuerdos recurrentes; la sonrisa del último piso y el café, la caminata por la noche, las conversaciones que no acaban. Ese eres tú danzando al compás imaginario de un piano desempolvado y afinado que termina en un beso de rodillas a sus manos, eres tú esperando el sonido del mensaje, eres tú caminando por la calle y observándola en todos los detalles que caminan a tu lado y que le pertenecen a otros cuerpos, eres tu recolectando frases en tu mente y ordenándolas para usarlas cuando sea conveniente. Eres tú imaginando la vida que no existe con la persona que si existe, con quien tiene más “cheks” aprobatorios en tu ridícula y vergonzosa lista de prioridades y gustos de mujeres interesantes. Eres tú entre cicatrices que se cierran y cicatrices que se abren, o que pronto abrirán y llevarán su nombre.

¿Y si me estoy equivocando? No sería novedad, ni siquiera sería diferente. He olvidado lo más importante y necesario. PREGUNTAR. Nada pierdo, pero si le temo. Me asusta mucho que me diga que no es lo mismo, que me he confundido o en el peor de los casos, lo he malinterpretado. ¿Pero y dónde enseña la vida a traducir las señales? ¿En qué momento debí entender que no debo prestarle desmedida admiración a la primera persona que es amable conmigo? Entonces retrocedo y me caigo de la torre de papel que había construido imaginando llegar desde el suelo de sus pies hasta el cielo de sus ojos. Y me veo, desenfrenado y algo solitario aplacando la vergüenza. Ese soy yo, soy yo cerrando las ventanas, soy yo apagando las luces y espantando a las aves. Ya no hay danza ni sentidos, el camino de la estación al último piso de pronto se llenó de neblina, y en medio del frío estoy yo. Ese soy yo con una nube negra arrojándome aguaceros de tristeza. Ese soy yo, encogiéndome en los rincones imaginarios de mi vida y frente a mí hay un espejo que me muestra la realidad y estoy negándome a mirarlo, como todas las mañanas. Ese soy yo, con opciones a finalizar el proceso sin haberlo empezado.

Y mientras mi cabeza danza entre ventanas, existe una soledad descriptiva mirándome de reojo. ¿Las soledades tienen nombre? Probablemente sí, y me atrevería a ponerle el tuyo en secreto. Eso eres tú, una soledad atrayente, un prospecto de felicidad en medio de la calma. Una aurora descendente por las noches que renacen con mis dedos señalando el techo en la oscuridad de mi habitación. Eso eres tú, la parte más correcta en estos días de matices incorrectos.

Una y otra vez el espejo me refleja y con el poder de mi silencio se quiebra en mil pedazos. En la calle la neblina se aleja y los detalles se perciben cada vez más lejos. Los reojos ya no observan, la intranquilidad desaparece poco a poco entre mis miedos. Tú sigues ahí, y después de dormir, de pronto despierto, con emociones escondidos en el edredón. Acabo de abrir las ventanas y el canto de las aves se filtra entre las persianas. Enciendo las luces de mi vida, le encuentro un sentido a todas las cosas sin sentido que de alguna forma hoy, nuevamente, tienen tu nombre.


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Caminaré,
en medio de la noche,
detrás del sol
por encima de la lluvia.

Te buscaré
escondida en mis miradas,
envuelta entre la nada
al final de una canción,
sin que puedas verme.

Te tomaré
de la mano si te pierdes,
de los pies si no amanece
de tus mejillas si lo sientes,
de tus hombros si te duermes,
de tus labios, si lo quieres.
de tu alegría, si la encuentras.

¿y si puedes verme?
Caminaré buscando el día
delante de la luna
por debajo de la lluvia.
Me esconderé en tu mirada
empezaré por ti una canción,
intentaré perderme entre tus manos
borraré las huellas de mis pies
cerrarás mis labios
harás la señal de silencio
buscarás en mi tu alegría
y no la tendré.

Cuando des media vuelta
retomando el rumbo adecuado,

Caminaré,
en medio de la noche,
detrás del sol
por encima de la lluvia
sin que puedas verme.

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