lunes, 9 de octubre de 2017

Killapura

Una vez caminé sobre un charco, de niño. Pisoteando la mezcla de arena y agua de lluvia, caminé. Creo que fueron cuadras, o esquinas. Algo. De pronto, una voz se oía a lo lejos: - ¡Ayuda!, ¡Por favor! – escuché.

Corrí, con las zapatillas nuevas que alguien me había comprado. Corrí, salté un muro de cemento sobre el cual había flores intactas (a pesar del humo). Una vieja escalera tras una puerta caída me invitaba a pasar, a pesar del fuego y de los ladridos de los perros. Llegué con una cuerda hasta la habitación más alta y la tomé por los brazos. - A la voz de tres, saltas conmigo – le dije.

Uno, dos y… ¡salta!

Desde entonces, solo pude ver su silueta abrazándome la espalda, su cabello oro azúcar trepando por mis orejas. La dejé a salvo y me fui, pero al voltear no pude verla más.

Han pasado quince años desde aquel sueño, y desde entonces - le contaba – no sé quién es, ni dónde está. – De seguro fue una simple premonición, Sebastián – me dijo P., alguna vez también oí a mi hermano contarme algo similar, claro está en circunstancias diferentes. El caía por un balcón sin final, y llevaba dando vueltas en medio de un remolino que cada vez se hacía más oscuro. De la nada, apareció alguien con el rostro lleno de sombras capaz de llevarlo a superficie. Volaban con una capa color azul muy antihéroe de televisión, tenía un listón acuarelado y los ojos más bonitos jamás vistos. Desde entonces, merodea las calles de la plaza consultando si es que fue solo una visión o un Dejavú. Un día, al hablar con su mejor amigo y contarle lo sucedido, este le infringió una palmada en la espalda y una risa un poco ridiculizante:

– Haber hermano – dijo, ¿de verdad aún crees en sueños y princesas? Ya pareces mi hermanita Soledad. Ella cree ver imágenes mientras duerme y piensa que no está dormida. Algunas veces la atormentan, otras solo le hablan. Desde que mis padres la llevaron al psiquiatra para descartar alguna especie de desorden esquizofrénico, gusto nos dio saber que solo era fruto de su lectura inagotable de libros románticos con vampiros y hadas. Las hadas no existen, agradece que no terminaste viéndola desnuda ¿es lo más normal no?

- Mi hermano sabía que su amigo Ricardo no hablaba en serio- dijo P., pues hace tiempo en una taberna vieja, asumo que el bar Cordano, él una vez pasándose de copas le comentó: Sabes, yo de niño sufrí mucho cuando “Ojos grises” murió. Ojos grises fue el perro que alguna vez su padre le regaló a consecuencia de sus buenas calificaciones en la escuela. – Cuidarás de este pequeño pequines como si fueras tú mismo – le dijo. Me ha costado mucho conseguirlo, para eso, tuve que ir a casa de mi jefe, el Señor Tomás Silverio. Él me contó una pequeña historia acerca de esos perros: “José, estos pequeños canes de ojos grandes sienten el amor más que cualquiera, porque cuando no se los demuestras, lloran lágrimas más grises que el agua turbia, y su cara palidece más que el lamento de una mujer viuda”, no pude desde entonces sacarme la historia de la cabeza, ni pensar que mi hijo Ricardo pueda descuidar de él y causarle tal congoja. Además, ese recuerdo me trae a la mente a Luz María, la hija que Lisseth y yo perdimos cuando él aún era un niño. Ella, recuerda, estaba a cargo de su madre. Pero por azares del destino, tuve que pedirle que me traiga aquella caja de herramientas de gasfitería que no llevé a la obra por olvidadizo. Aún después de tanto tiempo, tenía grabada una imagen deprimente en su cabeza:

“Jamás me lo perdonaré”, murmuraba Lisseth mientras alcanzaba una flor sobre aquel féretro rosado con más lagrimas sobre el rostro y mil sedantes en las venas. Ella era buena, muy buena. Pero Dios ha querido que esta vez no pueda salvarse, ya antes, hacían dos años atrás dejé accidentalmente una vela encendida en el cuarto de su abuela Teresa, y al salir cayó sobre el sofá, y este se expandió por las paredes de madera llegando hasta su cuarto. Infernal terraza que se empezaba a desprender a pesar de que el fuego consumía la casa sobre el barro de la lluvia que había caído. ¿por qué Dios no me mandaste nuevamente aquel muchacho? Que provisto de una cuerda vieja y unas zapatillas recién compradas y llenas de barro pudo ser tan valiente de rescatar a mi princesa. “me casaré con él”, repetía en su inocencia. Ha sido tan valiente como el personaje del cuento que me cuenta papá. Algún día seré grande y podré corresponder su valentía, y me tocará rescatarlo de cualquier incendio, de cualquier infierno, de cualquier tristeza. “Dios, te la llevaste tan pronto y ahora no existe nadie capaz de cumplir esa inocente promesa” repetía. A pesar de los años, no existe veintisiete de cada mes, en la que no fuera a visitar a su hija en perfecto secreto. Aquel día, después de salir del cementerio, un féretro ingresaba al campo santo a ocupar un espacio algo cerca al lugar donde descansaba Luz María. Habían pasado ya algunos años y todo lo que ocurriese alrededor era un poco indiferente para ella. De momento, una ceremonia se celebra y termina rápidamente, sobre el lugar, unas flores oscuras, una guitarra vieja y un epitafio esculpido en piedra barata recordaban:


“Volví a subir por ti,
fue real.
Luche contra el fuego,
me abrazó tan fuerte
que te recordé,
a pesar de los años
pude ver tus cabellos
pero no te encontré
al menos no en esta vida”
                     Sebastián.





******
La luz sobre tus ojos,
sobre tus dientes,
enlazados con tu voz
en una noche diferente.
Una mirada de reojo,
el agua ardiente,
hay una luz sobre aquel rojo,
Iluminas el amor tan transparente.

No pregunté por el servicio
de seguirte la corriente
me atrapó la realidad
en modo residente.
¿Es un error?
¿Una invitación a lo inconsciente?
La felicidad trae alas
que no me caben en la frente.

Traes luz sobre tus ojos,
una voz con un manojo
con las llaves de un hotel
con cuartos inexistentes.

Esperanzas esculpidas en vapor
con siluetas diferentes.
enlazados con tu voz,
breve alegría intermitente.
******

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