martes, 31 de octubre de 2017

El espejo


No debiste perseguir las huellas. Vamos, a tu edad deberías ya entender ciertas cosas. No debiste reparar los focos, ni abrir la puerta. No debiste perseguir a la luna por las noches, ni contar los pasos de tu casa a hasta su puerta. No era posible, no era prudente ni necesario arrancar las flores y ponerlas en su mesa. Tú te fuiste corriendo con la primera respuesta y yo me quedé pensando en las siguientes preguntas. No debiste irte sin voltear atrás.

De un tiempo a esta parte hay agujeros en el techo que no te atreves a cerrar. Tras ellos observas el universo esperando alguna señal. Se fue, te dijeron, navegando en un barco volador y cada noche esperas que el vapor aparezca y ancle en alguna estrella. Tú te abrazas a esperanzas desiertas mientras trato de sacudir el polvo de tu cama, la que dejaste nuevamente mal hecha. Te dijeron que la primavera llegaría con sorpresas y estás nuevamente guardando los carteles con instrucciones a tu puerta, estás nuevamente borrando las flechas que adornaban tu vereda. Te dijeron que no lo intentes más, y tu insertaste una moneda al arcade viejo que conservas en forma de corazón buscando más peleas. No debiste dejarlo ir, ahora ya ni contesta.

De seguro todas esas acuarelas dibujadas en el mural del patio deberían ser las que adornen las noches despejadas con cigarros y cervezas. No habrá más fogatas, ni viajes, ni sexo. No habrá más paseos a la medianoche ni reirás mientras todos duermen, ya no saldré a salvarte del suicidio que significaba despedirte. Ya no irás corriendo tras el taxi ni te verán por los espejos con lágrimas en los ojos y suspiros en la garganta. Ya nadie soñará por ti, nadie volverá a preguntarte ¿Cómo estás? ¿vendrás por mí?, entiende de una vez, no estaré ni marcaré, ni levantaré el teléfono ni te observaré obsesionarte con las horas, los minutos, las esperas, los estados. De nada sirve que te explique de cuantas formas puedes derrotar esa ansiedad cuando la tomas todas las mañanas en el desayuno y las abrigas todas las noches antes de dormir. Ya no existirán más noches de soledad en el quinto piso, ya no iré a echarle llave a tu oficina mientras te alumbro la escalera para salir. No volverás a escribir sobre ti, sobre mí, sobre nadie, ni estaré para darte ideas; para insistir en que mientas más y que cuentes cosas que jamás pasaron. Ya nadie te dirá quédate un rato más, ni lo siento, es demasiado tarde. Ya no podré ir por ti.

Solo te queda un camino posible, y lo conoces tan bien como yo. Sal, deja atrás todo, olvídate de que existes y de que existo y de que todas esas cosas que te lanzaron al suelo sin vacilar ya no están en este mundo. Súbele al volumen a lo primero que encuentres, corre sin correr, vuela sin volar, avanza y no mires alrededor. Procura no pedir explicaciones, procura irte sin despedirte. Me apresuraré a darte el encuentro y abriré otra vez esa puerta oscura al final del pasadizo. Refúgiate otra vez, de todos modos, irse a la mierda se ha vuelto tan habitual que hasta te han reservado un asiento al saber que llegarás casi todas las noches. Mira fijamente a los espejos, no a los que te señalan, no a los que se ríen de ti ni a los que se rieron antes y se reirán después cuando la cagues. Que la vergüenza de tus recuerdos más ridículos no te encoja mientras apuntes a tu reflejo. Sácate la rabia, explota, grita, maldice, jode, ensucia, patea, golpea fuerte, golpea, con un puño, golpea siempre.


Existen cosas que jamás harás bien, existen cosas que nunca haré bien. Afuera ya llega noviembre con una nueva lista de recuerdos, y sabes bien que al salir de ahí el espejo se habrá roto para siempre, uno de los dos se quedará a soportar todas esas cicatrices y a poner el pecho, la piel y la sangre, mientras que el otro, saldrá corriendo, sin mirar atrás, sin cuestionarse ni arrepentirse, sin recordar. Después de todo, es momento de que uno de nosotros no vuelva más.


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